Día mágico: de Central Park a Picasso
Tuesday, 27 de October de 2015 por Ramón
El mejor lunes en años, maravilloso: paseo largo, muy largo por Central Park bajo un día de sol otoñal. Me bajé en la calle 96, línea 6 del metro, una de las mejores (eviten la B, una lotería en averías y retrasos). Rodeé a pie la mitad del lago. Los ojos fotografían mejor que la cámara, pero no saben compartir lo visto. Me senté en varios bancos a observar a la gente y a escuchar a un saxofonista.
Algunos árboles ya están rojos, hermosos. En el parque palpita una vida paralela a la ciudad que no duerme ni calla. No se escuchan ruidos, todo sabe a campo. Las ardillas y los pájaros no tienen miedo, ni los perros que emiten una alegría contagiosa. Han puesto una pista de hielo y a los primeros patinadores. Huele a Navidad, a película de James Stewart.
Salí por el Upper West Side, cerca de la 69, ya decorada con elementos de Halloween, igual que la 18 con la Primera Avenida, cerca de casa de Antonio. Es una calle preciosa, de un Nueva York que desparece porque en él ya no caben más sueños. Solo hay espacio para las pesadillas de los nuevos migrantes. En el día de los difuntos pretender dar miedo con fantasmas y muertos cuando lo que da miedo de verdad son los vivos, sobre todo los muy vivos del casino.
Comí en un mexicano simpático llamado El Mitote. La michelada era muy buena. La comida la deposité 40 minutos después (es decir no era basura del todo) en el bar del restaurante Victor’s café, un cubano que tiene muy buena pinta. Tomé café expreso y dejé propina por su caritativo y urgente acogimiento.
Picasso en el Moma
Una amiga casi mexicana me recomendó una exposición de esculturas de Picasso en el Moma. Espectacular. Demasiada gente. Una familia decidió apropiarse de la contemplación de una de las piezas, copando todo el espacio contemplativo. El hombre y la mujer rivalizaban en explicaciones. Cuando ella habló del equilibrio interior, me marché.
En otra pieza, un joven mal peinado, parte de su disfraz, supongo, dedicaba más tiempo en detectar mi posición para no dejarme hacer una foto frontal que en contemplar la obra. Le dije: “¿vas a dedicar muchas horas a este punto de vista?”. Se marchó. Un imbécil, sin duda.
Volví a Victoria Secret a por otras cinco bragas. Otro apuro. No sé si tiene que ver con esto, pero a la salida tenía un dron sobre mi cabeza. Le hice una foto. Unas chicas me dijeron: “Os estáis tomando fotos mutuamente”. Nos reímos. Respondí: “Se las enseñaré en Guantánamo”.
Al lado de casa entré en una farmacia a comprar Advil, infalible cuando me duele el cuello-cabeza. Llevaba un bote pequeño de muestra. Para enseñárselo al farmacéutico, deposité la bolsa de Victoria Secret sobre el mostrador. Se hizo un silencio embarazoso. Dije: “No son para mi”.
Cenamos en un tailandés con una estrella Michelin, el Somtum Der, en el 85 de la avenida A, en Alphabet City. Muy bueno aunque quizá no para una estrella. En uno de los platos me enchilé y bebí varios vasos de agua además de pedir un extintor. Antonio presumía de su alto nivel de tolerancia al picante hasta que se metió otro chile en la boca. Aguantó sin extintor y sin agua, pero echaba humo. Mañana, si hay suerte, iremos al Metropolitan: Tannhäuser de Wagner. Feliz día.
(Posdata: el coreano barbacoa que mencioné el otro día es Miss Korea, calle 32).