La ciudad que se inventó Stendhal
Monday, 11 de January de 2010 por Ramón
Al pisar Parma con Stendhal en la cabeza uno se da cuenta de que las ciudades-Estado fueron más productivas que los reinos de Taifas y de que la Edad Media no debió ser la época oscura que definían los libros de texto que estudiamos en el Bachillerato. Una edad tan oscura no construye el Baptisterio de Parma, obra de Benedetto Antelami, quien también esculpió las estatuas que la adornan. Cuenta un experto en arte que pasea conmigo que el monumento supuso una revolución arquitectónica para a época: una cúpula escondida a la visión desde el exterior y los balcones.
Allí delante de esa joya perfectamente restaurada, en la plaza de una catedral más hermosa por fuera que por dentro, uno siente unas inmensas ganas de ser italiano (pese a Berlusconi) y convertirse en heredero de todas esas aportaciones a la cultura universal. Me afeaba el otro día una de mis hermanas que criticara en un post el empeño de la iglesia española en manifestarse en la calle sin tener en cuenta su gran aportación intelectual, pues, dice, ha sido mecenas y generadora de arte. Es muy cierto e Italia parece una prueba de ello, de cómo se puede contratar con una mano a Miguel Ángel para pintar la capilla Sixtina y quemar con la otra a Giordano Bruno por defender entre otras cosas que la Tierra no era el centro y que el universo era infinito. En España dedicamos históricamente más empeño en quemar herejes que en generar renacimientos. Nos gastamos el botín de América en guerras de las religión. A pesar de ello tenemos grandes catedrales y arte a espuertas pero nos falta algo, quizá tolerancia. El cardenal Berlamino, inquisidor de Giordano Bruno y Galileo Galilei es santo desde 1930 por obra del Papa Pío XI (como dice GA al menos no fue Pío XII, otro que huele a cielo pese al Holocausto).
Pasear por Parma es moverse en otra época, unas calles antiquísimas en las que puede aparecer un sacerdote vestido del medioevo. Muy interesante el teatro de madera Farnesio que se encuentra en la primera planta del palacio. El cobrador de la ventanilla es un tipo ocurrente que responde rápido a la pregunta ¿pagan la entrada los periodistas?: “Sí; el doble”. Dentro, pese a estar reconstruido tras los destrozos de la II Guerra Mundial, uno se siente como si estuviera en una catedral: pequeño e insignificante. Tuve la inmensa suerte de verlo solo con mis tres amigos. Al mirar desde el escenario veía y escuchaba a la gente vestida de época apludiendo una obra de Monteverdi. El efecto se conseguía al abrir y cerrar los ojos: ahora jolgorio, ahora silencio. Juegos de imaginación.
Queso parmesano, jamón parmesano… Una urbe rica, algo pija y bella a una hora de tren de Bolonia, ciudad que alumbró a muchas izquierdas. Los vuelos low cost que a menudo provocan un aluvión de turistas low cost y masifican la sensación de que se viaja también sirven para empezar 2010 con buen pie a precios muy razonables gracias a todos los amigos que me acogieron en sus casas. Ellos son el mejor de los recuerdos que me traigo a casa.
Gracias Ramón, pincho tu blog con la ilusión de una niña que espera a ver a dónde le llevan hoy y, gracias a tus palabras, siempre realizo un viaje estupendo. Anoche me fui a la cama sin haber viajado, con una sensación rara. Esta mañana he encendido el portátil con deseo de encontrar un nuevo destino y ahí estaba Parma. ¡Qué paseo más agradable!
Un saludo, Montse
Gracias Ramos, por llevarnos de vez en cuando, a los que no podemos, de viaje. Y una pequeña coletilla a tu sorpresa de tan fantásticas bellezas en plena eded media; te recuerdo que fue la época de máximo poder de la iglesia, a costa de la hambruna y las enfermedades del resto del pueblo. Así, cualquiera. De nuevo, felicitarte por ahcernos viajar imaginariamente.