Un ‘selfie’ al revés: camuflado en Pocholandia
Friday, 21 de July de 2017 por Ramón
Nunca había cantado en un coro conjunto de las juventudes de las derechas de este país. Anoche estuve en el piano bar Toni 2. Me presenté como amigo de Hermann para saltarme la cola. Al bajar las escaleras descendí a un mundo sin paro, desigualdad, feminicidios o agujeros negros en la cuenta bancaria. Era Pocholandia, el universo de Bosco, el protagonista de Selfie. Como él hice lo que pude para camuflarme. Fue un éxito: nadie me descubrió, casi parecía uno de ellos. Solo faltó el personaje de la ciega.
En el centro de la sala, tres artistas se turnaban al piano. A veces salían espontáneos a cantar, alguno muy bien. No sé por qué estas juventudes pocholas tienen tanta querencia por Nino Bravo, quizá sea por Valencia, la tierra prometida de Rita. Parecíamos anclados en los años ochenta, en el prefelipismo.
Uno de camisa blanca y pelo con fijador me dijo, “los de derechas cantamos muy bien”. Le respondí, “yo soy de centro”. Es a lo más que me atreví. Una pelotoca, de esas que se pasan el pelo de un lado a otro como si tuvieran dos cabezas, una en España y otra en Panamá, estuvo toda la noche dando la vara a los pianistas que la soportaron con distintos grados de paciencia.
Uno grupo de mexicanas alegraron la noche con rancherras, corridos y mucha voz. Fueron lo mejor. A los quince minutos, un lerdo en B se quejó, “basta ya de tanta canción mexicana”. Tenía cara de estreñido, o peor, de esos que llevan calzoncillos con la bandera nacional con el pico del águila hacia atrás, y luego pasa lo que pasa. Tiene madera de portavoz parlamentario.
Llevé puesta una de mis camisas estampadas que me ayudó a pasar por miembro del sector hawaiano de Ciudadanos. Algunos me sobaron la espalda. Más que amor era falta de sitio. Pedí perdón varias veces por el volumen de la tripa. Nadie se rió. En Pocholandia no están para bromas.
Un pulpo besaba a una rubia que parecía rígida entre tanto arrumaco. Estuve a punto de llamarle la atención, pero me fijé que ella a veces le acariciaba el pelo. Delante de mi volaban los Puertos de Indias con tónica. Pensé: esta es la España real, la que vota a Mariano, a Cospe y a Miss Paripé.
Traté de escuchar a los pianistas con el máximo respeto. Uno de ellos lo percibió, dijo “sois una isla en este sitio”. El plural iba por mi cuarta copa.
A las seis nos indicaron el camino de salida. Quedábamos los espartanos, o quizá menos. El pocholo de la camisa blanca salía abrazado a la pelotoca. El pulpo pasó a mi lado todo desplegado. Me gustó la rubia, pero ni me miró. Había descendido al sector invisible del PP, al de “ese señor del que usted me habla”.
La ciudad estaba vacía, hermosa. Caminé sin eses después de cinco gin tonic más lo puesto en la cena. Amanecía.
Me acosté a las siete menos cuarto. Es la primera juerga pochola en treinta años. Me sentí joven, pero por poco tiempo. El despertador tembló como un terremoto 9.6 de la escala de Richter a las 10.00 de la madrugada. Venía N. a limpiar y planchar; quería estar despierto para no molestar.
No tengo resaca, solo me pasé con Nino Bravo que aún andan de oído sordo en oído sordo. Un amigo de París, más joven, estuvo una semana con hipo tras una juerga francesa. De momento no tengo síntomas. Solo ganas de llamar a Hermann e ir otra vez.