Siete periodistas y una psicóloga
Sunday, 25 de October de 2015 por Ramón
Me gusta cocinar, pero se me olvida a menudo que me gusta y tiendo a la molicie de los espagueti, las ensaladas y las sopas de caldo de pollo con fideos. Antonio se deslomó en los preparativos de una cena para ocho personas; siete periodistas y una psicóloga. Siempre es bueno que los periodistas estemos vigilados por expertos del equilibrio.
Las tortillas de patata, que Antonio describe como las segundas mejores del mundo después de las de su madre, eran excelentes. A la clasificación le falta medirse con las mías. Pongo a Maruja Torres, Javier Bauluz y Patricia Simón por testigos de que son muy buenas, incluso bajo las condiciones de Beirut. Le reté a preparar una cada uno y pasar el examen. Se negó. Demasiado riesgo. La empanada estaba de campeonato, lo mismo que el pisto, un plato que no se encuentra entre mis favoritos por culpa de mi madre, que como buena inglesa no está llamada al arte de la concina.
Hice parte de la compra para la cena en un supermercado llamado Fariway de la segunda avenida con la 31. Las tiendas de alimentos proyectan el alma de un país, lo mismo que el comportamiento de sus actores dentro de ese paraíso de los sentidos. Aquí, en la ciudad de las prisas y las diferencias sociales, la gente resulta amable. Compré lo mandado más algún que otro capricho. Después completé enfrente de casa con cervezas Brooklyn lager.
Volví a bajar a otro súper a por servilletas de papel y más cervezas. Choqué ligeramente con la señora agachada. Mi disculpé señalando mi volumen bajo-torácico cuando ella aportaba también lo suyo, bastante considerable. La mujer dijo algo sobre su cartera y se echó la mano al pantalón para buscarla. Repití el gesto de la tripa y la disculpa. En su mirada había desconfianza. Luego, al pagar, dijo algo a la cajera, que me miró. Sentí rabia. El miedo alimenta la estupidez.
Cuando se lo conté a Antonio, me dijo: por eso aquí es mejor no hablar con nadie no vaya a ser que te denuncien. EEUU es el paraíso de los pleitistas. Creo que debo de adelgazar y hacer menos bromas con mi tripa.
La cena fue un éxito: gracias Antonio por el homenaje,
Esta mañana he fregado y recogido la cocina. Me encanta limpiar. Es una rémora de mis tiempos de camarero en Londres, en un The Penn Club -una residencia de cuáqueros-, del que tengo un gran recuerdo. Fueron nueve meses de 1981, todos éramos jóvenes e insensatos. La vida te da lecciones en cada peldaño de la escalera, en cada vivencia, solo es necesario aprender a escucharla. Feliz domingo.
El miedo y los prejuicios. Gracias por estas amenas crónicas que me introduce en esa sociedad newyorkina hasta ahora desconocida, salvo en el cine, claro.
Me ha gustado (mucho) tu referencia al alma de las tiendas de alimentos, y me ha recordado (y esto también enlaza con el origen británico de tu madre) a Natalia Ginzburg y su maravilloso libro “Las pequeñas virtudes”, en el que, recordando su estancia en Londres y seguramente añorando la cocina de su Italia natal, mostraba su sorpresa por la infinidad de anuncios de comida y de restaurantes que salpicaban la ciudad. Una continua invitación a los mejores manjares servidos en las mejores mesas. Y, sin embargo, concluía Ginzburg, para los británicos todo aquello era simplemente food, comida, algo genérico y melancólico, desprovisto de sentimientos.
“En las novelas”, explica con sorna Ginzburg, “se lee que sirven some food, sin ninguna afectuosa especificación. Las mil latitas expuestas en las tiendas de alimentación llevan imágenes de los animales más variados y seductores, faisanes, perdices, gamos, cabritos y ciervos; exhiben nombres apetitosos y exóticos, y vistas de paisajes lejanos a donde sería muy bonito ir. Pero el que vive aquí desde hace tiempo no se llama al engaño: sabe bien que el contenido de esas latitas es siempre food, es decir, nada. Nada que se pueda comer con simpatía cordial, con placer tranquilo”.
Gracias por tu blog, repleto de pequeñas joyas cotidianas.
Muchas gracias por contarnos cosas.
Un abrazo.