Dinosaurios en Central Park
Friday, 16 de October de 2015 por Ramón
Me agradan las ciudades que se dejan caminar, que invitan a descubrirlas por dentro. De todas, tal vez Nueva York (Manhattan) sea la más grande. Cada ciudad esconde otras ciudades, como Londres, que es un archipiélago. Nueva York está repleta de fronteras invisibles. No están trazadas en el suelo ni en los mapas si no en el aire. Son fronteras que se pueden respirar.
Lo que me gusta de Manhattan es su reinvención permanente, su caos creativo, que se visualiza en un tráfico denso y ruidoso capaz de evitar el atasco. Es el sonido del tipo de vida que llevamos.
Pasé casi cuatro horas en el Museo de Ciencias Naturales. Fui en Metro, por la línea 6 hasta la parada de la calle 77; después crucé a pie Central Park de Este a Oeste. No es Vermont y sus bosques preñados de colores, pero el otoño le sienta muy bien. Hay zonas del parque en las que no sientes ni ves la ciudad, son oasis de una ciudad paralela.
Fui temprano al museo, subí directo a la cuarta planta. Así evité la mayoría del público que realiza un recorrido lógico y ascendente. La cuarta planta es la de los dinosaurios. Eché de menos la palabra de un experto, alguien que me ayudara a entender o, al menos, una audioguía. También eché de menos una mayor interacción audiovisual.
No pude entrar en el planetario porque está cerrado hasta noviembre. Del resto de las salas no salí demasiado impresionado. Lo que más me gustó fue el arte ritual de las islas de Melanesia, Micronesia y Polinesia y su extraordinario parecido con el africano. Al parecer no hubo contacto entre ambos mundos, solo que llegaron por vías diferentes a representaciones similares.
Caminé la avenida de Columbus y por Broadway hasta la 23. Comí en un sitio modeniqui y desestructurado que no estaba mal: la cafetería de la tienda de Urban Outfitters. Me senté en un taburete con vista a unas escaleras que parecían una pasarela de la levedad postmoderna. Me sentí viejo súbito y desubicado, pero la comida era comestible: vegetariana y picante.
Tomé café expreso en un Starbucks con asientos y aproveché para seguir leyendo durante una hora Voces de Chernóbil de Svetlana Alexievich. Es conmovedor: un libro que abraza.
Antonio me llevó por la noche a Momofuku, al de la Primera avenida entre las calles 10 y 11. Es el más barato de la cadena. El de mayor gama, el Momofuku Ko, tiene dos estrellas Michelin y las alabanzas de Ferrán Adriá con su consiguiente efecto en los precios. Me tomé un ramen de carne de cabra (para compensar el vegetariano) que estaba excelente. Hay que hacer cola, pero merece la pena si la noche es otoñal. Feliz viernes.
(Corrección: el que le gusta a Adriá en el baratillo; mejor).
Qué gusto callejear sin horarios por Manhattan. Y el tema gastronómico tampoco está nada mal.
Hablas de caos creativo. Eso si que es desconocido en nuestro país. Qué envidia.
Ana, ¿porqué crees que en nuestro país es desconocido lo del “caos creativo”? Yo no lo veo así. El “caos” está asegurado y de creatividad, haberla hayla. Es cierto que en NY se concentra lo mejor de cada casa, pero no vayamos de acomplejados, que allí también hay cutrez y horteradas a raudales. No todo es Velvet underground, Woody Allen y MOMA.
Por cierto, gracias Ramón por esas crónicas siempre interesantes.
Bienvenido a NY!
Si quieres más ramen (que empieza a apetecer), mi favorito es el Hide Chan, en la E 52nd St & 2nd ave, subiendo unas escaleras. Un italiano poco conocido y con encanto: Supper, en el East Village (E 2nd & avenue A, cash only). Si los pruebas y te gustan, quiero el nombre de ese filipino!
Por si te cansas de patear la ciudad, la semana que viene tienes un ciclo estupendo de Patricio Guzmán en el IFC Center (W 4th St & 6th ave):
http://www.ifccenter.com/series/obstinate-memories-the-films-of-patricio-guzman/
Siempre es un placer leerte y escucharte.
Enjoy!
Aquí ante un exceso de tráfico, la gente se exaspera, una parte la más gritona empieza a tocar la bocina, a insultar, a despotricar contra los guardias de tráfico, semáforos y coches vecinos, en lugar de ver que en ese momento hay que controlar las emociones. Empieza el afán por “colarse” e ir de listillo. Es verdad que no todas las ciudades españolas son así, pero en las horas punta se suele respirar un mal ambiente bastante generalizado por el efecto contagio o el efecto mariposa. Muchos viven crispados permanentemente.
Y encima estos impacientes son los que viernes y sábado noche aparcan en doble o incluso triple fila. Eso lo he visto y sufrido en Madrid.
Carles creo que aquí a veces la creatividad y el caos no coinciden en el tiempo, van por distinto camino, aunque tenemos bastante de las dos cosas.
Gracias!!
Siempre grato leer sus crónicas. Saludos.
Qué envidia me da leer estas crónicas tuyas de Nueva York. Es una ciudad que me encanta. Si consigo superar las estrecheces de la crisis volveré…Gracias por tu relato amable y acogedor. Mejorate del catarro!