Huella de mudanza
Sunday, 11 de September de 2011 por Ramón
Una mudanza es un desquicio, un voltearse a sí mismo, un abrirse en canal ante un espejo implacable: el tiempo. Las mudanzas resultan peligrosas cuando el acumulamiento de objetos es proporcional a los años vividos, como si esos objetos conservados en formol, o en polvo, fuesen la prueba irrefutable de haber vivido, de que todo fue y es real.
Cada inutilidad guardada, una memoria salvada. Desprenderse es perder anclas, garantías de supervivencia ante la futura ausencia del ayer, contra el Alzheimer. Soy de los que guarda, acumula, se renueva dando nuevos significados a lo viejo. Me gusta sentirme cebolla, cubierto de capas; me gusta sentirme acompañado de los objetos que me hablan. Son mi mundo, son yo.
Mudarse es abismar los sentimientos, arriesgarlos; también es una lucha civil: la necesidad de desprenderse, de tirar, de renunciar a una parte de esa simbología personal frente al miedo al vacío, al vértigo, a la desmemoria, al ¿quién soy yo?
He descubierto estos días de trajín, de abrir cajas, de reordenación, la existencia quejosa de huesos, tendones, músculos antes desconocidos.
La colocación de los objetos es lenta, difícil; exige inteligencia y mano izquierda. Tengo los objetos en rebelión, alzados en un 15M de presuntos inanimados. Pugnan entre ellos por el espacio y luchan contra mi, el injusto (dicen) hacedor de desgracias, quien ha elegido sin consulta ni referéndum (no tenía tiempo) su lugar en la nueva casa. Nadie parece conforme; todos demandan cambios inmediatos, sean de compañeros, lugar o habitación. Hasta hay libros que se niegan a convivir con el que les tocó (por orden alfabético no rígido) de compañero. Es una ruidosa guerra mundial inanimada.
Detrás del humo de esa guerra, del olor a pólvora, del murmullo de hastío, de revolución, del miedo al cambio, de la resistencia a lo nuevo, a lo lejos, muy a lo lejos, se atisba un nuevo orden y una cierta paz.
Hoy 11-S.
Por (todos) los muertos, los de Nueva York, Washingon y Pensilvania, y por los posteriores en Afganistán e Irak. Diez años después seguimos sin norte, con deudas trillonarias por guerras injustas, estúpidas, con recortes políticos, sociales y económicos en un segundo atentado continuo del que casi nadie habla.
Es curioso cómo todo lo que aconteció lo relacionamos con algún aspecto cercano y personal, cómo, por ejemplo, al hablar del 11S todos recordamos qué hacíamos en ese momento, cómo reaccionamos. Es llamativo que lo global y más abstracto se una a lo local, a lo humano y concreto. Cómo, cuando uno revisa una de esas capas de cebolla de los recuerdos y las vivencias, descubramos que hay un lugar en el que nos vemos a nosotros mismos mirando la televisión sin saber qué, y sintiendo miedo sólo porque lo reflejaban las caras de nuestros padres.
Y es quizá más enigmático que sea al movernos, al mudarnos, cuando todos estos retazos de la mente de los que nos conformamos se estremezcan, se rememoren, se cuestionen.
Una entrada vívida, nostálgica o melancólica, pero clara y directa. Un aplauso
Como custa deixar coisas para trás. Parabéns pela cronica. Preciosa!
No hay dolor. Tirar, tirar y tirar, sin pensar, sin misericordia. Llevo contabilizadas en mi vida 25 mundanzas de las cuales: 5 fueron con mis padres, 12 de vivienda y 5 de negocio. La última ha sido este año y por la necesidad de hacerla deprisa, todavía sigo tirando cosas. Hace dos semanas dejé un montón de libros en una alacena del Retiro y se los llevaron. Me he desprendido prácticamente de todo, y todavía me sobra. Si me muero, mi única herencia es mi antiguo laboratorio de fotografía y mi cámara Pentax spotmatic F, reflex y de rosca. Es lo único que ha permanecido siempre conmigo por si acaso… algún día…, y 58 euros en el banco. Ese es todo mi haber. ¿Que produce? Primero dolor y después, te das cuenta de lo relativo del tener y del valor de las cosas. ¿Libros, discos, recuerdos? La memoria no necesita de lo tangible para rememorar experiencias; eso, te lo garantizo. He pensado que si vivo 106 años como mi abuela Concha, todavía me quedan por delante 53 años para llevar a cabo, al menos, otras 25 mudanzas… A este paso, me voy a morir con lo puesto. Je,je,je.
Ánimo Ramón, hasta una mudanza tiene su fin. Después, verás, que no ocurre nada, de nada. Maolo, quiero decir.
Saludos
Nada, malo…
Creo que toda mudanza o cambio implica un renacer nuevo.
Por eso, yo también como Paloma, tiro todo, no me gusta mi pasado.
Menos recuerdos dolorosos hay, mucho mejor.
Sabía que tú recordarías también a las víctimas de Afganistán e Irak. ¿Por qué en muchos medios solo se recuerda a las víctimas del 11-S? ¿Acaso no han muerto inocentes también en otros países y de forma injusta?
Una mudanza es también recordar lo ganado en esos años y sentirse vivo hasta (o precisamente)por los recuerdos dolorosos.
Un abrazo,
Diego
A mí, como a Ramón, también me cuesta desprenderme de cosas, pero realmente me gustaría reparar menos en los “recuerdos tangibles” y deshacerme de ellos sin más
Me encanta este párrafo,que suscribo:
“Me gusta sentirme cebolla, cubierto de capas; me gusta sentirme acompañado de los objetos que me hablan. Son mi mundo, son yo.
Mudarse es abismar los sentimientos, arriesgarlos; también es una lucha civil: la necesidad de desprenderse, de tirar, de renunciar a una parte de esa simbología personal frente al miedo al vacío, al vértigo, a la desmemoria, al ¿quién soy yo?”
aunque a continuación me diga: sólo al presente debes atender .
Y no entiendo este otro párafo:
“Por (todos) los muertos, los de Nueva York, Washingon y Pensilvania, y por los posteriores en Afganistán e Irak.”
¿Dónde están ,entre otros, los de España?
Más que el 11-S, me aterroriza comprobar cómo todos los medios de comunicación de España, y seguramente del resto del mundo, entronizan este atentado
Saludos
Excelente