Símbolos y realidad
Tuesday, 5 de October de 2010 por Ramón
Tengo problemas con los símbolos personales; tiendo a dotarlos de una importancia que no tienen y a vivir cualquiera de sus vaivenes como una catástrofe. Puede ser una jarra que utilizo para el café comprada en San Francisco en 1984 o unas sábanas a las que he entregado parte de mi futuro, como si lo que aun no está escrito pudiera reducirse a unos metros de tela. A veces con tanta zozobra me miro al espejo en busca de quién soy. No soy el único en ese empeño. Miro y veo muchas personas. No me he multiplicado, solo es gente que me acompaña. Cuando les veo apretujados alrededor de mi cama al abrir los ojos tras una pesadilla les pregunto si ya me he muerto. Los primeros, los más cercanos, mueven la cabeza a los lados. No entiendo ese empeño de no pronunciar palabras, de dejarse llevar por gemidos o gestos con lo fáciles que resultan los monosílabos. Sí; no. Sé que soy un tipo que aprende tarde y mal, pero que aprende, que se esfuerza. Solo es necesario un poco de demasiada paciencia. Salgo al mercado del barrio y pregunto de puesto en puesto: ¿Dónde puedo comprar paciencia para mis amigos que tanto la necesitan conmigo? Una vendedora de flores me habló en un susurro, como si traficáramos con algo clandestino. ¿Para cuánta gente necesitas? Para una sola. “Empieza contigo, los demás lo agradecerán”.
Ramón, ¿cómo puedes hablarme de paciencia después de la mucha que gastaste tú ayer contándome cuentos en la comida?
Solo con querer más paciencia ya deberías poder comprarla. Hay gente que piensa que es un adorno superfluo y escasamente rentable. Hoy te ganaste paciencia para todo este tímido otoño…
Yo hace tiempo deje de dotar de nombre propio a los objetos, ese plato con peces de la tiendecita en Evora, o la caja de lata un domingo de lluvia en el Rastro oliendo aun a su cama. No soporto el terror que me produce perderlos, he perdido demasiado. Ahora solo guardo lo que puedo llevar conmigo, e intento vivir cada pérdida como un alivio en el peso de mi bolsa.
Paciencia…
me gusta mucho la reflexión que haces hoy, ramón. durante muchos años de ejercicio he ido ganando la batalla al apego, y hoy, si se me rompen las dos tazas de cerámica artesanales, piezas únicas, que compré en Peratallada, un pueblo precioso del Empordà, me duele unos minutos. y después, a otra cosa, mariposa. hay cosas más importantes, como bien dices.
este blog en sí mismo ya es una herramienta de aprendizaje; y el hecho de querer aprender a ser mejor persona te honra. ¡cuánta gente hay que está contenta con lo que es, con cómo es, y se conforma, pensando que ya está todo hecho!
¡mucho ánimo!
¿Por qué “impaciente” siempre suena a reproche y “paciente” a halago? La impaciencia es anhelo, deseo intenso, prisa por que lo malo no perdure y lo bueno llegue, rebeldía. ¿Mejor esforzarse en ser impaciente que en ser paciente?
Tienes razón, a veces cuesta ir ligero de equipaje, es como cuando te mudas y tienes que sacrificar ese apego a tus recuerdos, al cómo cobran un gran significado pequeños objetos, gestos, personas, pero llega un momento en que cuando estos desaparecen de tu vida no puedes instalarte en la tristeza que genera su pérdida, es lo más duro, también a mi parecer… el desapegarse de los objetos y las personas y sobre todo de sus recuerdos. Es lo que tiene poder tener esa sensibilidad, es maravilloso y tremendamente duro vivir con ello, pero hay que tratar de superarlo de algún modo. Me gustan tus reflexiones.
De todos modos, el recuerdo de la memoria que tienes del objeto o de la persona siempre puede permanecer y aunque lo hayas perdido materialmente siempre va contigo de alguna manera si realmente ha supuesto o supone tanto para ti.