Escenas de Metro de vuelta
Thursday, 16 de September de 2010 por Ramón
El Metro es una pasarela de vida. Si uno tiene paciencia y se fija en los rostros de la gente, en sus expresiones, en el tipo de libros que lee (mujeres) y de periódicos gratuitos (hombres) podría reconstruir un trozo de su vida. Hoy un tipo dio una cabezada de pie, aferrado a la barra. Le despertó el doblamiento de su rodilla izquierda, que es la primera que se durmió. Nos intercambiamos una sonrisa. Fue una conversión sin palabras. Delante de mi asiento viajaba una mujer vestida de negro. Parecía mayor, quizá por la ropa y el tinte negrísimo de su pelo, pero su rostro no tenía arrugas. El cutis era terso y blanco aunque con la comisura de los labios agrietada. Me crucé miradas con una segunda mujer, quizá boliviana. Ya hemos coincidido un par de veces. Es muy guapa y alta. Me llama la atención esa altura tan poco andina. Tiene los ojos rasgados, la nariz aguileña y unos labios de negra, como si el constructor de caras se hubiera equivocado de caja a la hora de crearla. La mujer no habla. Ni con la mirada. Escucha música en su MP3. Cuando cruzamos la vista solo hay silencio y el run run de un punto de tristeza. Entraron dos europeos, quizá holandeses. Ella llevaba una malla sobre una camiseta escotada. Con el lío del movimiento de las maletas se le asomó el principio de un pecho. Un hombre con el pelo recogido en una coleta hablaba por teléfono. Sus ojos saltaban del novio de la holandesa al pecho, con una gran querencia a la protuberancia. En Ventas entró en el vagón un hombre de diseño, unos 50 años. Parecía escupido por una revista de famosos: pelo blanco acaracolado en la nuca, como los los muy pijos de Sevilla o de Jerez, que de todo hay en la viña.
Esta vez no aparecieron músicos, que cuando son pobres resultan madrugadores. Ni pandillas de jóvenes con los pelos tiesos o vestidos como las hijas de Zapatero. Pese a la presencia del pecho holandés que se hacía grande con el traqueteo, como en La última noche de Boris Groushenko, opté por observar a la mujer alta con labios de negra. En el cristal de enfrente de mi asiento me vi reflejado. Tuve la impresión de que la cara se me devolvía angulosa. En la lejanía me vi joven y apuesto.
Al salir en la estación de Gran Vía, mientras esperaba que las puertas se abriesen, me vi de cerca. Creo que debo esperar antes de sacar conclusiones precipitadas. Al subir las escaleras mecánicas me adelantó una pareja juvenil. Dos escalones más arriba se comieron la boca. Debían estar sabrosas porque repitieron varios bocados. Cuando se separaron escuché el sonido de una botella de champán. No era el corcho, solo sus labios. Me miraron sonrientes. En un instante vi dos caras simpáticas llenas de piercings. Me quedé pensando cómo es posible besarse a tornillo con tanto pincho sin lastimarse. Habrá que probar. Mañana miraré en el catálogo del Jovencito Frankenstein.
Haces de la vida cotidiana y de las mustias rutinas, hechos excepcionales. Eres grande, Lobo.
No olvides sacarte una instantanea cuando te pongan los pinchos.
Con lo mal que andan las cosas por este mundo, necesitamos buenas carcajadas, urgente.
Un saludo cordial.
Buen post, Gracias!
El metro, una universidad completa. Cuántas historias en cada trayecto. No entiendo como hay personas que optan por el coche en la ciudad. De tus personajes me quedo con el hombre de la rodilla izquierda. Besos.
Las escenas cotidianas expuestas por un gran observador . Cada vez pienso más que en los pequeños detalles se encuentran grandes verdades.
Ha sido como ir en metro contigo. Pasan tantas cosas entre vagones y tan poca gente se da cuenta…
Fdo: otro viajero de metro.
Te falta incluir “la bella y el metro” de Serrat ¡Qué gran verdad!
A mi también me gusta observar e incluso imaginar sobre personas y rostros.
Gracias por el blog
He tardado en caer en ello, pero ahora estoy convencido de que son las pequeñas cosas que nos rodean las que explican las grandes ideas, los grandes movimientos sociales, los pensamientos más influyentes, pues solo observándolas podremos entender el mundo, o al menos comenzar a comprenderlo. Gracias por tus pequeñas navegaciones por Roma, y por esta bajo el suelo madrileño que nos explican mucho de los lugares donde vas viviendo, pero también sobre nosotros y los que nos rodean allá donde estemos.
Un abrazo,
Miguel Ángel Yuste