Roma, los tejados al atardecer
Thursday, 5 de August de 2010 por Ramón
En la terraza del Gran Hotel La Minerve sirven una cerveza escasa, aperitivos abundantes y unas vistas espectaculares. Al atardecer Roma se ilumina, se muda, se transfigura en mil Romas. Una para cada ojo, para cada memoria, para cada sonrisa. De todas las cúpulas, sobresale la de Miguel Ángel que dice: “Aquí estoy yo, el poder Roma, el poder de dios”. Abajo, en la calle, el Panteón visto desde atrás con las palomas escalando el techo para asomarse al óculo, la única conexión entre el cielo y la tierra. Siguen las riadas de jóvenes alemanes persiguiendo banderas y paraguas de los guías-Hamelin. Algunos cantan, otros bailan alrededor de una mochila convertida en un becerro de plástico de todo a cien. A la derecha, la iglesia de Santa María sopra Minerva, una puerta que abre una inmensidad. Algún dominico anda en sus quehaceres modernos pero a mí se me despiertan las imágenes viejas, la de los inquisidores. Al fondo, a la derecha, Fra Angelico. A fuera, el Pulcino de Bernini, el elefante que tanto gustó a los papas por su castidad. Al parecer estos animales tienen una vida sexual acorde a las normas de la fe: una vez cada cinco años. En el Hotel La Minerve escribió Sthedhal sus Historias de Roma. Hay improntas imperecederas. Buona sera.
¿Esa es la cúpula de San Ivo a la Sapienza?.
A domani.
Yo viviría en un eterno atardecer, me encanta esa luz.
Grazie per condivision le vostre experience.
Bacio.
Hace dos años el invierno en Roma fue uno de los más lluviosos que se recuerdan en las últimas cuatro décadas. Entonces la lluvia dejó, quién sabe por qué, una curiosa marca en el animal: lo oscureció y manchó de negro casi en su totalidad, pero un trozo de piedra bajo su ojo derecho con forma de lágrima quedó inmune al efecto del agua. Así, parecía que el pequeño guardián de Santa María Sopra Minerva mirase profundamente apenado a todo aquel que, con mucha probabilidad, desatendía las inclemencias del tiempo para poder ver de cerca a este entrañable animalillo.
Más tarde, en primavera la lluvia cesó y el elefante volvió a recobrar su blanco original. Fue así como dejó de llorar…