Cementerios y lápidas
Thursday, 18 de March de 2010 por Ramón
Un hombre llega a un pueblo y antes de entrar en él curiosea en el cementerio situado en las afueras. Recorre las lápidas y nichos en busca de la memoria colectiva. En una lee un nombre y una fecha: Fulano del tal, una semana. En la siguiente, otros apellidos y un número: tres días. Mas allá, un mes; dos, tres… Un año. En un rincón alejado, siete años. El más viejo de los muertos. El hombre, conmovido por la tragedia que allí se vivía, entró en el pueblo decidido a averiguar la razón por la que la gente moría tan joven. Pero en esa aldea no vio nada extraordinario: hombres y mujeres ancianos de paseo; otros de edad madura, en sus quehaceres y jóvenes y niños, jugando en el parque. El hombre se acercó a unos de los ancianos: “He estado en el cementerio y comprobado que aquí la esperanza de vida es breve pero después no he visto nada extraordinario, parece un pueblo como cualquier otro con personas de todas las edades. No entiendo qué es lo que sucede”. El anciano levantó la vista del periódico, sonrió y dijo: “Es que aquí sólo contamos los días felices”. (Cuento sufí)
Angel from Montgomery de Bonnie Raitt (vía K., amiga que crece en la poesía).
Siempre desde mi punto de vista de privilegiada, ante tantos que sufren o libran duras batallas, esa debería ser la actitud nuestra : medir , recordar a los nuestros en esos momentos felices ..y revivirlos , sentirlos. Y los que aun seguimos por aquí.. intentar , antes de irnos , disfrutar de esas pequeñas cosas.., sonreir, reir, abrazar… Pocas veces hablamos del buen trato y este existe..y sus secuelas son inminentes y agradables. Ojala nuestros hijos, nuestros amigos…nos recuerden por ello.
Un saludo y un abrazo .
Lobo, tengo dudas sobre si es tiempo de días felices. Salud.
Cada día amanece; hoy soy feliz leyendo este cuento sufí, en un pueblo de Valencia sin fallas, ni falleros, ni petardos. Buen día.
Y tenemos que aprender a ver los momentos felices. En ocasiones estamos tan obcecados, que los dejamos pasar, y no reparamos en ellos.
Se puede estar feliz y conmovido por la tragedia; silvando en medio del incendio; alegre de haber escapado del maremoto.
Otro cuento:
Un joven jardinero persa dijo a su príncipe:
– ¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le prestó sus caballos. Por la tarde, el principe encontró a la Muerte y le preguntó:
– Esta mañana, ¿por qué le hiciste a mi jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -respondió la Muerte- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y es allí donde debo tomarlo esta noche.
Hay una interpretación muy buena de este cuento por Andy García en la pelicula muerte en Granada sobre Federico García Lorca .
La vida es larga si aprovechamos el tiempo. Lo malo es que también hay muertes sufrientes que duran lo suyo. Oh, el tiempo, ese desgarrador implacable de paraísos. Un saludo.
Los cementerios son los archivos de los pueblos. Alli puedes recorrer de lapida en lapida, el pasado de sus habitantes, solo te diran esas lapidas los datos más importantes de esa persona. Su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de defunción.
Pero hay más datos para los que saben mirar.
Los apellidos te daran cuenta del origen de las familias, e incluso de cuantas familias hay en el lugar, y de los lazos que esos nombres tejen en la geografia del cementerio. Te diran tambien las sepulturas si sus familiares siguen teniendole presente. No hay más que ver el estado de cuidado o no de las mismas. Si tiene aún gente que desbroce el lugar, limpie la piedra e incluso traiga unas flores a esa tumba.
Hay algunas tumbas que son un monumento por más que a primera vista sean sencillas.
Un ejemplo es la tumba de Antonio Machado en Collliure.
Murio en una tierra extraña, pero ese lugar le hizo suyo, y en ninguno de los lugares de los que fue peregrino, en ninguno echo raíces, hubieran cuidado mejor su tumba y su memoria.
[…] Cementerios y lápidas | En la boca del lobo Un hombre llega a un pueblo y antes de entrar en él curiosea en el cementerio. Recorre las lápidas. En una lee un nombre y una fecha: Fulano de tal, una semana. En la siguiente, otros apellidos y un número: tres días. Mas allá, un mes; dos, tres… Un año. En un rincón alejado, siete años. El más viejo de los muertos. El hombre, conmovido por la tragedia que allí se vivía, entró en el pueblo decidido a averiguar la razón por la que la gente moría tan joven. Pero en esa aldea no vio nada extraordinario: ancianos de paseo; otros de edad madura, en sus quehaceres y jóvenes y niños, jugando en el parque. El hombre se acercó a unos de los ancianos: “He estado en el cementerio y comprobado que aquí la esperanza de vida es breve pero después no he visto nada extraordinario, parece un pueblo como cualquier otro con personas de todas las edades. No entiendo qué es lo que sucede”. El anciano levantó la vista del periódico, sonrió y dijo: “Es que aquí sólo contamos los días felices”. (Cuento sufí) (tags: cuentos sufismo felicidad blogsu) […]
A veces la felicidad se ve cegada por los primas con la que la examinamos… el problema de hoy es que no sabemos ser felices, tenemos más medios y cosas que nuca, y somos mucho más infelices que antes…
A veces la felicidad se ve cegada por los prismas con la que la examinamos… el problema de hoy es que no sabemos ser felices, tenemos más medios y cosas que nuca, y somos mucho más infelices que antes…
Y así debería ser. ¿Para qué merece la pena vivir si no es para ser feliz? Hagamos que nuestra “esperanza de felicidad” sea tan larga como nuestra vida.
Firmado: los que nos proponemos que cada día de nuestra vida sea más feliz que el anterior si cabe.
http://www.findagrave.com/
Yo conocía ese cuento por Jorge Bucay, de hecho usé este mismo cuento en el post que escribí el 29 de agosto de 2009 http://montsepedroche.wordpress.com/2009/08/30/gracias-cios/. Os dejo el cuento narrado por Bucay. Para todos y todas los/as que entráis en esta casa virtual: http://www.youtube.com/watch?v=F_PbHI0aBZo
Un abrazo, Montse