Vida y muerte a bordo del Castilla
Sunday, 21 de February de 2010 por Ramón
La carretera entre Puerto Príncipe y Petit Goave, la zona asignada a las tropas españolas, es un mapa del terremoto y de Haití. En algunos tramos la calzada está hundida o atravesada por grietas; en otras se encuentra como siempre: repleta de baches, suciedad y trafico. Son 70 kilómetros: dos horas y media en coche y mucha paciencia. Más allá de Leogane, donde la destrucción afecta al 90% de los edificios, se halla Petit Goave, también muy castigada. No es la primera vez que la desgracia se ceba con esta pequeña ciudad portuaria: en agosto de 1906 fue arrasada por un incendio que bajó de la montaña. Entre habitantes y desplazados deben ser hoy más de 150.000, cifra imposible de confirmar en un país en el que no existe catastro.
Los zapadores de la infantería de marina trabajan sincronizados con cientos de voluntarios que paga CHF, una organización humanitaria de EEUU. “Los civiles recogen los escombros de las casas y los depositan en la calle. Pasamos con al excavadora y los camiones y los retiramos. Al día siguiente se repite la maniobra”, explica un capitán. Los esfuerzos de CHF y de los militares se concentran en la catedral, convertida en un símbolo de la memoria colectiva que desean recuperar.
No lejos de ahí, el personal sanitario del destacamento español atiende a pacientes en un terreno propiedad de la Weslyan Church. Allí comparten espacio, horas y entrega con varias organizaciones religiosas estadounidenses, todas cristianas y una judía. “En los días tranquilos como hoy atendemos a unas 200 personas; en los ocupados, a más de 450”, asegura el coordinador Seamus O’Brian. “El único hospital de la ciudad quedó dañado y la gente tenía miedo de ir. Poco a poco Notre Dame se está recuperando y nuestra intención es transferirles todo el material cuando sea posible. Ya atienden a 100 pacientes durante el día pero siguen sin capacidad de hacerlo por la noche”.
La clínica de la Weslyan Church parece hoy una maternidad. Es temprano y ya han nacido cuatro niños. O’Brian alaba a los españoles y destaca la rápida evacuación de una niña llamada Nayely Flovicha hace un par de días que le salvó la vida. Llega una mujer que camina con las piernas separadas, como si fueran de madera. Su vientre redondo anuncia un parto inminente. Tras una primera exploración en la carpa, el ginecólogo y teniente coronel José Sánchez Jordá, ordena su evacuación al Castilla, el barco de asalto anfibio destacado en aguas de Petit Goave. Un helicóptero de la Armada realiza el traslado en menos de media hora. A bordo todo está preparado para una intervención quirúrgica pues el bebé viene atravesado.
En la zona de oficiales, los mandos del barco comentan la situación. “Este será el tercer niño que nace a bordo. Al primero, la madre lo llamó Jean Louis de Castilla. Al segunda, Cristina”, dice uno. “Ya somos familia numerosa. Podríamos reclamar las ayudas”, responde otro. La entrada en la sala de un ayudante del capitán de navío y jefe de la misión, Francisco Peñuelas González, rompe la magia. Le dice algo al oído que le muda la expresión. En sus ojos hay un brillo apenas perceptible. “La niña que trajimos a bordo hace dos días con malaria cerebral acaba de morir”. Es Nayely y tenía dos años. Todos parecen muy afectados. Antes de que pase media hora llega una segunda noticia que parece compensar un poco: el nacimiento de Benjamin Junior, el hijo de la mujer recién ingresada.
Continúa en Cuadernos de Haití en la edición web de El País
“Se necesita todo un poblado para que los padres no se vuelvan locos” Sobonfu Somé. Bienvenido Benjamin Junior.
Me gusta mucho la idea de poner cara a los protagonistas de las historias a través de las fotografías: Lydia, la mujer de la excavadora ¡Genial!… Florvie y su guitarra ¡Caráy!… y todas…
Saludos Paloma… De vocación frustrada, fotógrafa.
La “miseria que mata más que cualquier tierra que tiembla aunque muy pocos quieran verlo”, esa es la verdadera tragedia de tantas gentes, porque es tenaz y silenciosa
La mayor arma de destrucción masiva es la miseria. Y está cargada por brillantes cuentas de resultados en muchas juntas de accionistas.