La mujer que maneja la gran excavadora
Thursday, 18 de February de 2010 por Ramón
En el callejón donde yacen los restos de lo que fue la Escuela Tecnológica Sainte Trinité una enorme excavadora hidráulica de color amarillo blande su pala como quien mueve un florete. El conductor parece empeñado en doblar a golpes y empellones el amasijo de hierros para dejarlos apartados a un lado de la calle. La máquina se mueve hacia delante y hacia atrás con una rapidez insólita para su tamaño y peso, lo que mantiene a raya y alerta a una pléyade de buscadores y curiosos. Esperan a que concluya el trabajo de la jornada para rebañar entre los escombros alguna pieza inservible. No lejos, en el mercadillo que se extiende junto a las ruinas de la catedral, los vendedores saben obtener ganancia de cualquier cosa. El sol se pone detrás de las casas en ruinas creando hermosos claroscuros. Resulta perturbador en medio de tanta desolación.
Cuando la Caterpillar 345D se detiene al fin, posa su pala encogida sobre la calle y apaga el motor, de ella no desciende un musculoso haitiano vestido con una elástica raída de baloncesto si no una mujer de edad indeterminada (“secreta”, según sus palabras) llamada Lydia Félix. El extranjero, algo imprudente, bromea: “Manejando de esa manera la excavadora su marido estará asustado y en casa”. Ella se desternilla, pero corrige: “No tengo marido”.
Los mirones que seguían las evoluciones no salen de su asombro pues todo el tiempo trabajó dándoles la espalda. “Creo que no hay muchas mujeres que tengan este empleo en Haití. Me entrenaron durante tres meses y llevo 10 trabajando sin problemas. Empecé a remover ruinas al día siguiente del terremoto. Mi casa está bien. También lo están mi hija y mis padres. Sé que he tenido mucha suerte”.
En Puerto Príncipe se desarrollan dos de procesos de limpieza simultáneos: los que retiran escombros de las calles y carreteras para permitir que fluyan mejor los atascos de siempre, y los que trabajan entre las ruinas de las casas y edificios.
Delante de la explanada de la catedral se combina el uso de una excavadora media con el trabajo manual de decenas de voluntarios armados de picos, martillos y palas embutidos en camisetas con un lema que reza: “Estamos limpiando Haití”. El Gobierno (en realidad la ONU a través del Ejecutivo para dar visibilidad a las autoridades nacionales y locales) les paga el equivalente a cinco dólares por día. Los jóvenes dicen que debajo de los escombros debe haber algún cadáver porque el olor es muy fuerte. Algunos llevan mascarilla; otros, ya se acostumbraron a la fetidez reinante, mitad de desperdicios, mitad de aguas estancas. La excavadora arroja en los volquetes piedras, tubos y restos de árboles. El polvo es blanco y molesto.
Continúa en Cuadernos de Haití en la edición web de El País
Lobo, una historia curiosa. Muy curiosa. Ya se que el periodista no es protagonista de la historia, pero si fuera posible, me gustaría que escribieras algún día de cómo viven los periodistas en Haití, los corresponsales, y cómo perviven los medios de comunicación; en televisión vi que al día siguiente del terremoto una emisora había sacado las mesas a la calle y emitía desde allí, pero ¿y el resto?. Cuídate. Salud.
Muy bueno. Cuánto valen las mujeres, sorprendentemente, hasta para manejar una excavadora :-)! Que “el extranjero” siga bien. Besos.