Cuadernos de Kabul: el futuro está en la frontera
Monday, 16 de November de 2009 por Ramón
Cuando Roohulá abre los ojos cada mañana ve un futuro negro. Está enamorado de una joven del barrio a la que su familia niega en matrimonio por el qué dirán. “Han rechazo dos veces la propuesta de mis padres. Creen que si aceptan todos pensarán que nos casamos para tapar alguna relación indigna. Le he regalado un teléfono móvil para poder hablar por la noche. Tengo 25 años y jamás he tocado a una mujer. Espero casarme algún día, tener hijos y ser un buen musulmán”.
Roohulá es pastun aunque tiene ojos de hazara. En Afganistán, como en España, tierras de paso y conquista, el mito de la pureza de la raza choca con la genética y la realidad. Habla un perfecto inglés aprendido en los campos de refugiados en Pakistán durante el gobierno de los talibán. Quiere estudiar empresariales y su obsesión es viajar a Canadá donde cree que podrá conseguir un master y lograr un buen trabajo con el que ayudar a su familia. Tiene ahorrado cuatro mil dólares y calcula que necesitará otros ocho mil para cumplir su sueño. Nunca se ha planteado fugarse junto a su novia prohibida. “Imposible. Mi familia tiene un honor, una reputación. Mancharía el nombre de mi padre y el nombre es lo único que tiene. Pero quiero salir de Afganistán. Este país me está robando mi futuro”.
Su amigo Zaten, compañero de barrio, cruzó en 1997 una decena de países durante seis meses para huir de los talibán. Acabó en Londres donde logró el estatuto de refugiado político. “Vivía en un piso con varios amigos. Esos años trabajé de taxista. No tuve problemas para aprenderme las calles ni para conducir por la izquierda. Londres es más fácil que Kabul”. Cuando cayó el régimen talibán a finales de 2001, Zaten recibió una misiva del Gobierno británico en el que le informaba de que su país había sido liberado y que las tropas del Reino Unido le garantizaban su seguridad. Tuvo que presentarse en una comisaría y de ella fue metido en un avión en dirección a Kabul.
Mientras que Roohulá sueña con Occidente, Zaten no oculta una cierta decepción con ese mundo exterior que le cerró sus puertas. Ahora conduce un todoterreno y ejerce de guía de extranjeros. No estudia ni tiene planes más allá de casarse algún día con su novia de siempre. Su padre habla alemán y acaba de dejar el empleo de interprete con las tropas alemanas en Kunduz. “Poco dinero, mucho riesgo”, dice Zaten. “Los americanos me han propuesto varias veces que trabaje con ellos. Pagan unos dos mil dólares al mes, pero mi problema no es el dinero, mi problema es que no quiero que me maten”.
La vida de jóvenes como ellos en Kabul es un deambular, más que un avanzar. Sin cine, posibilidades de salir con chicas, teatro, librerías… Su ocio se limita a comprar música pirateada y esperar un milagro que no llega. La televisión por satélite es la nueva ventana. Desde ella se ve el mundo prohibido, el Canadá de Roohulá, los parques y los árboles frondosos. Cada una de esas imágenes es un golpe, un recordatorio de su pobreza y limitaciones. Uno toma conciencia de sí mismo en contraposición de los demás. En lugar de enviar progreso a Afganistán, enviamos tropas y armas, lo único que les sobra.
“Un día reuniré el dinero, conseguiré un visado y podré viajar a Canadá. Allí tengo un amigo que me dice que la vida es muy buena. Necesito mejorar mi educación y si mi país alcanza la paz algún día, regresaré, pero no quiero quedarme toda la vida aquí esperando a algo que no llega”, dice Roohulá. Su amigo le escucha con una medio sonrisa ladeada en los labios, no se sabe si por amargura o envidia. Zaten escucha y no dice nada, no le desanima. Sólo le habla de las miles de chicas que podrá conocer en Canadá. “Alá el misericordioso”, responde Roohulá, un tipo religioso que no para de hablar de Dios y de mujeres. Acaba de pasar con la mejor nota un curso de banca pero se quedó sin el puesto de trabajo. Fue para el hijo de alguien importante. Ha sido la puntilla para él. Ahora sólo necesita ocho mil dólares y una pizca de suerte, que animo de aventura le sobra. Canadá le espera.
Publicado en Cuadernos de Kabul, publicado en la web de El País.
No sé si ha sido mejor invadir Afganistán o haberla dejado seguir como estaba. Lo único cierto es que siempre pagan los mas débiles. Al menos en este blog se da un poco de voz a los que no tienen ni voz ni voto en esto de la guerra.
ja ja ja, qué buena foto. Lo que me encanta de el mullah y su chófer es que, a pesar de las adversidades, están siempre sonriendo! es lo que admiro del pueblo afgano. Se levantan cada mañana con un optimismo, una energía, un apego a la vida del que muchos deberíamos aprender aquí, en el Primer Mundo, donde lo tenemos todo.
Compro, desde que tuve el accidente y estoy de baja, El País y El Mundo. Hoy de El País me ha interesado la columna de Enric González y las crónicas de deportes, lo demás lo he hojeado y no entiendo por que una crónica como la suya, Ramón, no la publican en papel. Su artículo me parece humano y sobre todo se entiende, además te hace reflexionar sobre esta guerra eterna.
“Sin maldita esperanza” (tomo esta frase prestada de nuestro común amigo Alfonso)
Lobo, el sueño americano, en esta ocasión versión canadiense, sigue vivo. Cuando estuve en Cuba, muchos cubanos soñaban con la vieja Europa, yo trataba de explicarles que podia pasarles algo parecido a lo de Zaten, pero la esperanza nubla la vista y ensordece al oído. Cuidate. Salud.
humanizas lo que debería ser inhumano, poniendo nombres y esperanzas lo que para nosotro sólo son caras con las que no solemos identificarnos.