Postales de Nueva York/ El bar donde murió Dylan Thomas
Sunday, 27 de September de 2009 por Ramón
El West Village merece un recorrido pausado por sus calles en las que se multiplican los edificios con historia y lugares emblemáticos como la taberna de Stonewall, en el 53 de Cristopher, donde arrancó el movimiento gay hace 50 años. Se trata de un barrio agradable de gentes educadas que recogen las cacas de sus perros y de parejas que pasean a sus hijos en bicicletas como si con ellos no fuese el frenesí de unas calles más al este.
En el número 567 de la calle Hudson, esquina con la 11, está anclado uno de esos templos que exigen una parada y nunca defraudan: la taberna del White Horse. Aquí no arrancó movimiento reivindicativo alguno sino que murió, dicho con cierta exageración, el gran poeta galés Dylan Thomas, un día en el que no escribía versos sino bebía como un escocés en la barra del White Horse, su verdadera oficina.
Cuenta Enric González en Historias de Nueva York que allí liquidó 18 whiskys antes de caer desmayado al suelo y que tras recuperarse y reclamar el récord del lugar tuvo tiempo de beberse dos cervezas antes de volver a desmayarse y morir después en el hospital el 9 de noviembre de 1953.
En el White Horse conviven hoy dos mundos paralelos, el de los clientes de toda la vida que comen sus perritos calientes y hamburguesas y beben cualquiera de las grandes cervezas estadounidenses, y los seguidores más o menos fieles de Thomas, bien por sus poemas, bien por sus hazañas alcohólicas. La taberna data de 1880, tiene 18 mesas de madera en la zona de la barra y dos aparatos enormes de televisión que emiten partidos diferentes de béisbol.
Las sillas y los tapizados de las bancadas son rojos y parecen antiguos, como el reloj de péndulo que parece ralentizar el tiempo más que dar las horas. Las lámparas son blancas y están decoradas de caballitos de hierro. El gran espejo que recorre la barra y que ha debido reflejar todo tipo de borracheras, incluidas las del poeta galés, está coronado también por figuras de caballos, el emblema de la casa. Cerca de la caja registradora se exhibe una advertencia: “No se sirve a personas intoxicadas”. Cerca del reloj del péndulo hay otro letrero más mundano que recuerda que no se admiten las tarjetas de crédito. En cuestiones de alcohol, las deudas, al contado.
El White Horse tiene dos salas más que parecen comedores separados. El primero es un homenaje a su cliente emérito y principal atractivo, Dylan Thomas. Son varias las fotografías y retratos del poeta de quien se dice tenía una voz maravillosa capaz de envolver más que sus poemas e historias de marineros.
Tras unos cuantos whiskys es posible que el cliente logre escuchar alguno de los ecos de aquella portentosa voz pero es poco recomendable intentar batir el récord de las 18 copas dadas las funestas consecuencias que tuvo y porque a buen seguro sólo se trata de una leyenda urbana, aunque bien hermosa.
Lobo, en todas partes hay bares, que merecen la consideración de templos. Muchos de ellos relacionados con poetas y contadores de historias. Había leído alguna vez algo sobre la muerte del otro Dylan, pero no conocía la historia con exactitud. Gracias. Salud.
En la calle 11, casi en la esquina de ese bar, vivía Ricardo Ortega…