Despedidas que duelen
Friday, 3 de February de 2017 por Ramón
La vida es una sucesión de despedidas. A veces son familiares, amigos; otras, animales, objetos, casas. Al final uno se despide de sí mismo, de su identidad como persona. Caminamos arrastrando una maleta llena de lo que fuimos capaces de ser. La esencia, la individualidad, está en ella.
No tengo la necesidad emocional de los espacios físicos concretos, de habitarlos. Poseo la capacidad de recrear esos espacios dentro de mi, vivirlos en un mundo paralelo que resulta más rico que el original. Quizá por eso escribo.
Esta semana vendimos la casa de mi madre. Fue una decisión difícil, dura. Se cierra una etapa con miles de recuerdos. La noche anterior no dormí. Sentía una gran presión en el pecho. Me imaginé muerto de un infarto. ¿Cómo vender la casa si me he puesto difunto justo antes de la firma? ¿Cómo y quién descubriría el cuerpo? Son pensamientos que me acompañan más de lo habitual desde soy consciente de la pronta finitud de mi madre.
A veces veo muertos en la calle, personas que transitan por esta brevedad convencidos de que tienen la estancia asegurada por mucho tiempo. El miércoles jugué con el calendario del teléfono para calcular los días que nos quedan de estar con Trump. Un simple deslizar del dedo se come media vida. Todo es tan fugaz.
Despedirse de la casa del Pinar es despedirse de mi madre. Esa es la dificultad. El espacio físico no cambia, ya se me metió dentro junto a otros espacios mágicos: la casa de María de Molina, la de mis abuelos en el sur de Inglaterra. La dificultad está en perder el ultimo vinculo, quedar desnudo e irremediablemente solo.
Cuando siento la tentación de conservar el espacio real, sé que me mueve el ansia de sostener una parte de mi vida, de negar el paso del tiempo. No hay dinero que compre un pause vital. El tiempo vuela, envejecemos. Seguimos viviendo dentro de un juego de compensaciones: pierde el cuerpo, gana el punto de vista, algo más pausado y colmado de experiencias.
No sé cuánto me queda pero sé que será la mejor parte de mi vida, la etapa de subir nota, de disfrutar de las pequeñas cosas, de convertir la nostalgia de lo vivido en alegría de seguir vivo.
Ya tengo lo más difícil: el compás. Buen fin de semana.
Llevo tanto tiempo despidiéndome de esas cosas y casas y personas que constituyen mi pasado que entiendo perfectamente lo que transmites. Pero, afortunadamente, he aprendido (aunque me ha costado mucho) a convivir con esos desgarros. Las heridas curan, las cicatrices permanecen… eso es vivir.
Juan Gelmán
Costumbres
no es para quedarnos en casa que hacemos una casa
no es para quedarnos en el amor que amamos
y no morimos para morir
tenemos sed y
paciencias de animal
Como bien relatas, otro espacio más que se agarra ya a los recuerdos, a tu mundo paralelo. Abrazo fuerte.
Te entiendo tanto, Ramón. Yo que me he despedido de tantas personas queridas, he de despedirme pronto de mi casa, o tal vez pueda reunir la cantidad de dinero suficiente para poder comprarle su parte al otro dueño, o tal vez pueda pedir un préstamo y quedármela. Todos me dicen que solo es una casa, pero no lo entienden: es mi hogar ahora que estoy sola, ahora que de nuevo he vuelto a vivir, a ser feliz. Es mi guarida, mi reino, mi rincón, mi espacio, mi fortaleza. Donde leo, escribo y pienso. Mi herida es muy profunda, pero ya no supura gracias a esta casa. Deshacerme de ella supondrá una nueva brecha en mi corazón. Pero así es la vida…
Creo que todos los que tenemos una cierta edad estamos viviendo, unos mejor otros peor, el fin de una etapa no sólo personal sino en cierto modo en casi todos los aspectos de la vida y a nivel mundial , el cambio brutal que se avecina a todos los niveles, aunque a mí no me gustará casi seguro, aún nos descolocará más. Pero tenemos herramientas si la cabeza nos funciona para darle la vuelta. Quizás nos desarraiguemos más todavía de muchas cosas. Lo ideal sería que a nuestra edad pudiéramos mantener nuestras costumbres y todo lo que nos da seguridad, tranquilidad y optimismo, resultaría mucho más cómodo y sería la forma de aprovechar la energía un poco más escasa en cosas que nos motiven. En el fondo has tenido suerte pues la mayoría de la gente tenemos que dejar nuestro hogar en más de una ocasión y de forma definitiva cuando la profesión te lleva a destinos y ciudades diferentes cada cierto tiempo y eso te hace sentir en cada casa como alguien de paso, no llegas a verlo como referente. Cansa mucho tener que empezar de cero tantas veces.
Sólo la orfandad nos hace realmente adultos, llegue a la edad que llegue, y esa orfandad incluye ese espacio del que hablas. Yo, adicta o condenada al desarraigo, aún hoy no he sido capaz de cambiar el empadronamiento de un espacio en ruinas. La casa es como el cordón umbilical, cortarlo es sentir, asumir el desamparo, la vulnerabilidad, la responsabilidad de que ahora sí, eres tú, sólo, frente al mundo. Al menos para mí ha sido así, ahora que además revivo lo de mi madre con una de sus hermanas, que no tenía hijos. Los hijos, la descendencia, quizás fpermitan vivirlo de otra manera pero tú tienes dos gatos y yo un perro en custodia compartida. Ç’est la vie
Bicos “cicloxénicos”
Tu reflexión me ha hecho temer esa situación previsible, irremediable . Qué bien contado, qué doloroso solo imaginarlo.
No soy nostálgica pero sentir el paso del tiempo a veces asusta.
(Fuimos compañeros en Radio 80 en el año 83? )
Nada como despedirse de una casa para entender la diferencia que hacen en inglés (y todo el mundo, a fin de cuentas) entre el home y la house.
Ahora, cuando pienso que ya no existe la casa de mis padres, miro las fotos que hice en la última etapa, antes de su venta, por cierto muy traumática pues los herederos no coincidíamos en esa decisión. A mí, que no soy partidaria de mirar fotos porque me causa desazón, el poder “ver” las estancias de la casa me consuela. Hay que seguir la senda…