Mi querido Copón que estás en los cielos
Thursday, 20 de June de 2013 por Ramón
Estoy en edad de sentir, de vivir los recuerdos con libertinaje y anarquía; de ser como me da la gana, que ya pagué las consecuencias. El martes comí con cuatro amigos del barrio de mi infancia, de los que te recuerdan quién eras. Me gustan esos encuentros-espejo porque descubro que soy lo que quería ser, metro arriba, metro abajo: un privilegiado que ha podido elegir su camino, su profesión.
Esa comida sumergida en vino de la Ribera del Duero y ginebra inglesa me ha dejado preñado de vapores y de unos años que están cosidos a la piel. Son mi ADN. Soy una prolongación, no una contradicción.
En esos encuentros se repasan nombres, ligues, cagadas. Te arrancan una sonrisa que se queda prendida días y noches sin necesidad de maquillaje. La del martes me trajo la noticia de la muerte de Juan Rodríguez, El Copón, un personaje entrañable, un estandarte de la pandilla. Lo llamábamos El Copón porque era el copón. Murió hace dos años de un infarto bajo una ducha caliente. Se murió sin que pudiera decirle que le quería, que es parte de recuerdos entrañables de una infancia dura, complicada por una educación militarizada, franquista
Recuerdo cuando me llevabas bocadillos de chorizo a la estación de tren de Fuencarral, entonces en desuso, donde hacía pellas en mayo de no sé qué año en un vagón abandonado de madera. Cursábamos segundo de Bachillerato. Tú en el Ramiro; yo en el Chamberí.
Un profesor psicópata de Francés había impuesto a la clase un castigo colectivo que me negué a obedecer porque no había hecho nada. El cabrón nos mandó copiar una lección por manchar el techo del aula de pelotillas de papel, de esas que se lanzan desde el canuto de un Bic. Ante mi tozudez, ante mi negativa, el castigo se multiplicó hasta tener que copiar 32 veces la lección. El psicópata dijo: “Si no lo traes mañana, no vengas”. Entonces decidí simular un ataque de apendicitis y no regresar al colegio.
Me llevabas bocadillos de chorizo hasta que tu madre te descubrió y cantaste la Traviata. Mi padre en vez de dos bofetadas, que era lo habitual, me escuchó y tomó partido por mi bando rebelde. Regresé a clase sin copiar la lección como un héroe. Vencí al torturador de Francés pero tuve que dejar el colegio.
Recuerdo las borracheras de la pandilla de los borrachos. La caída en tu moto Vespa cuando se nos olvidó poner los pies en un semáforo. Recuerdo tu vomitona en la cama de la madre de no se quién en una de esas fiestas guateque que hacíamos para ver si metíamos mano de una vez a alguien que con tanto alcohol íbamos retrasados en las cosas del sexo.
Recuerdo tu detención en el cine Roma cuando os cagasteis en una película facha sobre la guerra civil. Te recuerdo porque introdujiste la conducción-Ángel-Nieto en las curvas, tumbado sobre tu Bultaco Junior. Te recuerdo porque eras un tipo cojonudo, limpio; un puto desastre como muchos de nosotros. ¡Qué tiempos! No sé cómo te fue la vida. No pregunté más. Hace siglos que no nos veíamos.
Ahora que sé que no estás te echo de menos; me arrepiento de no haberte contado todas estas memorias. La vida se construye de ausencias emocionales que la mente y la resistencia al olvido transforman en presencias, en eternidades. Tú eres una de las mías. Gracias, amigo.
Te imagino emocionado escribiendo esas palabras.
No tengo claro que sea bueno quedar con los viejos amigos, puede hacer mucho daño. Como dice Joaquín Goñez, el personaje de J. Sacristán en la película Roma, “el pasado está ahí, pero es mejor no removerlo demasiado” (es algo parecido).
Respecto a arrepentirse de lo que no se ha hecho, tenemos desde ahora mismo para que no vuelve a sucedernos. Todos.
Un saludo.
Qué bonito homenaje. La diferencia de vuestra pandilla con la de los ignominiosos próceres de la patria, o lo que sea, hoy, es que ellos mientras tú estabas con esa determinación y autonomía en el vagón, ellos estaban haciendo catequesis y repasando la historia de Primo de Rivera, o asistiendo a los oficios en la capilla de su colegio o de su casa. Nunca podrán decir con orgullo que fueron tan independientes y rebeldes (de verdad) como tú en su adolescencia. Su pandilla se forjaba en lazos económicos y eucarísticos, pobres. Aburridos de antemano por saber que no tendrían que luchar mucho en esta vida y aprendiendo la hipocresía suficiente que les permitiera llevar un crucifijo al cuello y el desprecio a todo que no fuera igual a ellos en su mente. Salvo algunos, todavía siguen adorando a Franco tanto como al Papa, cuyas fotos cuelgan de la pared del despacho de sus padres.
“…Su pandilla se forjaba en lazos económicos y eucarísticos, pobres…” o sea, Ana, vale que te haya gustado lo que hizo Ramón, pero mujer ¿se puede saber de qué estás hablando respecto al resto…?
Es del todo peculiar, por llamarlo de alguna forma, el modo en que volvemos hacia adentro y pensamos, algunas veces, que debiéramos haber dicho muchas cosas, cosas que se sentían y se sienten, pero, en lugar de un reproche, quizás una reprimenda a nuestro abatido corazón en esos momentos, tendríamos que pensar, que decidir que asumir como grande, las cosas, las vivencias que nos hicieron más altos, más atrevidos con la vida, más sabios, más sensibles, más personas…
El momento, quizás es lo que importa, el vivirlo a tope, cada segundo como una joya del destino, pero, ¡humanos somos!, y no es disculpa tal vez adecuada, pero, es la que tengo, la que, con mi más que pequeña opinión, aunque…,¿hay opiniones pequeñas…?, tal vez sea hora , como muy bien ha escrito usted, porque me encantan sus palabras, porque son como estar charlando con un amigo delante de un café sin prisas, y…, ¡desvarío!, hablaba de opiniones, de la mía, una más en este vasto mundo, y es que, los seres que se van, que han llegado a nosotros, que se han quedado con nosotros, aún a pesar del tiempo, en ese minuto en que volvemos a su rincón, a recordarlos, nos traen ese recuerdo que hace, un poco más grande el armario de la vida…
[…] pijo de una España muy negra, insoportable. Recuerdo las fiestas, los despertares y las potas de El Copón. Allá andaís los tres, errantes. Y aquí, sigo yo, con la música en los cascos, memoriandome con […]