Huérfanos de Piazza Grande
Thursday, 1 de March de 2012 por Ramón
Hay vivos que no deberían morirse nunca; son parte de nosotros, de nuestra memoria, de los sueños soñados, de los imaginados. Hay vivos que deberían esperar para marcharnos todos en comandita. Hay tipos especiales que arrastran retazos de nuestra existencia, motores de alegría que no pueden irse así, sin despedirse, sin avisar, para que podamos volar al lugar exacto del tránsito y recoger los añicos huérfanos. Hay muertos que nos restan, muertos que no se los merece La Muerte aunque allá esperen personas tan extraordinarios e indispensables como Fabrizio de André y Lucio Battisti.
El mutis de Lucio Dalla me ha dejado tristísimo, pegado a unos auriculares conectados con el más allá, o quizá no tan lejos. Desde ese sitio misterioso, que tanta preocupación causa a los creen en él, lleva Lucio horas cantándome con su piano desde un escenario vacío.
Aprendí su existencia en Londres, en 1980. Vino de la mano de Francesco di Gregori y Fabrizio de André, hablándose en todos los dialectos italianos que solo los italianos son capaces de entender. Le vi en directo tras un concierto de Joaquín Sabina en el Palacio de Deportes en Madrid. La mayoría, ignorante, se marchó. Unos amigos y yo habíamos ido a ver a Lucio Dalla y encontramos de regalo un aperitivo de Sabina. Fue un concierto mágico, de los que permanecen.
Me gusta Italia; me gustan sus ciudades y calles, sus ruidos, ruidísimos y silencios. Me gustan las dos Romas grandes: la antigua y la del Renacimiento. Me gustan la pasta y las pizzas de La Montecarlo aunque el dueño llame a mi chica María-Salvador y le tire los tejos. Me gustan sus plazas y jardines. Me gustan el Trastevere y el barrio de Monti. Me gusta Giordano Bruno, quemado y desafiante al poder religioso con sus juegos de dioses y demonios. Me gusta Italia porque está viva, como Grecia, aunque deba un Congo. Me gusta Ferrari aunque no gane. Me encanta el concierto gamberro de Banana Republic.
Cuando escucho a Dalla y a su amigo Di Gregori cantar Generale me siento italiano, compañero de café de Italo Calvino, con quien invento nuevas ciudades invisibles.
Hoy salí a pasear por mi barrio con aire italiano de la plaza de la Paja, pero no me crucé con Roma alguna porque estaban todas mudas, melancólicas, de luto, conectadas con auriculares gigantes a un más allá colectivo, cada una con su canción favorita. Parecía Babel, pero no lo era. Que descanses en paz, amigo Lucio.
Ojalá yo, con 50 y tantos, siga llamando a mi pareja “mi chica”. Y a los 90.
Un abrazo.
Ramon uno como puede contactar contigo?
He probado a poner todos los videos a la vez y oye, no sonaban nada mal. La música italiana es tan especial, tan romántica, casi tanto como la brasilera o la canción francesa. Sólo me falta conocer Italia, esa es la diferencia para que aún me prenda más.
Ciao Lucio !!!!
Senza ali, senza rette….Ci vediamo lá.
En aquel concierto en Madrid oimos por primera vez la bellisima cancion de Caruso. Entonoces, no conociamos su historia:
HISTORIA DE LA CANCION “CARUSO”- La primera y original versión de esta canción fue escrita y cantada por Lucio Dalla, que dedicó esta canción a Caruso después de haber estado en Sorrento y haber quedado impresionado por la belleza de esta ciudad.
A Lucio Dalla se le estropeó el barco y en Sorrento solo había disponible el lujoso apartamento en el Grand Hotel Excelsior Vittoria, donde Caruso vivió los dos últimos meses de su vida y donde se conservaban intactos sus libros, sus fotografías y su piano.
Angelo, que tenía un bar en el puerto le contó esta historia … y él nos la regala con música. Caruso estaba enfermo de cáncer en la garganta y sabía que tenía los días contados pero eso no le impedía dar lecciones de canto a una joven de la cual estaba enamorado. Una noche de mucho calor no quiso renunciar a cantar para ella que lo miraba con admiración, así que, aún encontrándose mal, hizo llevar el piano a la terraza que daba al puerto y empezó a cantar una apasionada declaración de amor y sufrimiento. Su voz era potente y los pescadores, oyéndole, regresaron al puerto y se quedaron anclados bajo la terraza. Las luces de las barcas eran tantas que parecian estrellas o quizás las luces de los rascacielos de Nueva York… Caruso no perdió las fuerzas y siguió cantando sumergiéndose en los ojos de la muchacha apoyada al piano. Esa noche su estado empeoró. Dos días más tarde, el 2 de agosto de 1921, moría en Nápoles. Esta canción narra el drama de esa noche… con luces y sombras del pasado… con muerte y vida…
un hombre enfermo que busca en los ojos de la muchacha un futuro que ya no existe…
un testamento de amor… este fue su último concierto… y este fue su excepcional público… el mar, las estrellas, los pescadores, las luces de las barcas y su amada… Fuente: nuevopatio.blogspot.com
Me encantan Lucio Dalla y Francesco de Gregori y me encanta que nos proporciones tantos enlaces para volver a escucharlos; la noticia de la muerte de Dalla me dejó, también a mí, un ánimo melancólico.
Recuerdo que el tema Caruso formaba parte de la banda sonora de una serie que se puso hace muchos años en TV, protagonizada por Edward James Olmos, en la que se hablaba de la inmigración italiana en USA, de las dificultades en la adaptación de los inmigrantes, de las difíciles condiciones de trabajo, etc., y me ha recordado la exposición que visité ayer de fotografías de Hine, “Men at work”, de los años 10, 20. 30 del pasado siglo y la melancolía provocada por la constatación de que se podían haber cambiado las fechas de las leyendas a 2000-2010-2012 y nadie lo habría notado porque los temas son los mismos, los rostros son los mismos, las condiciones de trabajo, los refugiados, la explotación infantil….
Hay que escuchar a estos dos de vez en cuando.