Periodismo, emoción, responsabilidad
Wednesday, 22 de February de 2012 por Ramón
No creo en los textos muertos, planos, escritos desde el ego, desde la soberbia de quien no sabe ni le importa no saber en un mundo en el que la cultura parece un desafío. No creo en el periodismo que se escribe para las fuentes, para los jefes, para medrar, figurar y ganar premios; no creo en los periodistas que piensan que lo más importante de una guerra es que ellos han llegado a ella.
Solo creo en el periodismo que se escribe desde la humildad necesaria para que el lector, o el televidente, se informe mejor. Creo en el periodismo que recoge las voces de los que importan, de las víctimas, de los nadies. Creo en el periodismo de contextos, sea una guerra, una subida de impuestos o un edificio que se cae en tu ciudad. Creo en el periodismo que denuncia las voces y las manipulaciones publicitarias de los cobardes, de los que blablabean para salir en portada con decires vacuos, los que diplomatean para no dar la cara, para no arriesgarse.
Marie Colvin era una reportera con la pasión necesaria para ejercer este trabajo desde la primera línea de la injusticia. Con ella se apaga un poco un tipo de periodismo en el que el texto, su calidad y veracidad eran sagradas. Hemos sustituido el comprobar-comprobar-comprobar por un retuit de la muerte de Manu Leguineche, que afortunamente resultó ser tan falsa y precipitada como la de Mark Twain.
Colvin siempre defendió la necesidad de ir a las guerras, al corazón del hambre, a la esencial noticia, a donde se huele sin mascarilla. Sin esos ojos que vigilan, descubren y denuncian la barbarie invisible para la mayoría, los asesinos se sienten impunes; como en Srebrenica, Homs y Darfur, como en tantos sitios.
No leo los textos sin emoción, ese mecanismo literario que permite al lector sentarse junto al periodista, vivir con él, sufrir con él y con las personas que pueblan su historia. Necesito esa emoción para escribir, para defenderme de la grisura, de los decretos-ley, de los políticos que mienten, de las gobernadoras civiles que mandan apalear, de los policías que agreden a niños, de los ministros de (in)Cultura que en las pocas semanas que lleva en el cargo acumula tantas tonterías que al verle me acuerdo de Forrest Gump.
Este mundo necesita de personas como Marie Colvin, de periodistas inmensos como Juan Carlos Gumucio, que fue su marido, de Miguel Gil y Ricardo Ortega, de reporteros que no se pliegan, que defienden el fuerte, porque su responsabilidad última es el lector y su conciencia. Y eso no está en venta.
Aquí hay muchos que queremos ser como ella. ¡Por informar! ese verbo que ya apenas tiene significado, por el desuso que se hizo de él.
Gracias por decirlo tan bonito. Yo también creo en todo eso, aunque en ocasiones resulte complicado y una lucha. Gracias por estas gotas de ilusión que ayudan a seguir creyendo en lo importante que es comprobar-comprobar-comprobar para informar bien.
“Creo en el periodismo que recoge las voces de los que importan, de las víctimas, de los nadies. Creo en el periodismo de contextos, sea una guerra, una subida de impuestos o un edificio que se cae en tu ciudad. Creo en el periodismo que denuncia las voces y las manipulaciones publicitarias de los cobardes, de los que blablabean para salir en portada con decires vacuos, los que diplomatean para no dar la cara, para no arriesgarse”. Y no has dejado nada que decir. Gracias Ramon por resumir lo que sentimos contigo. Buenas noches.
Me ha gustado la analogía de los que defienden el fuerte. Es justamente eso, también un poco como en El desierto de los tártaros, hace falta gente que vaya a defender el fuerte a sabiendas o no de que la batalla está perdida de antemano pero con el coraje de aquel que todavía sueña con eso de “quien salva la vida de un hombre salva a la humanidad entera”
A veces para mí, las opiniones de personas clarividentes, como vosotros (algunos periodistas y escritores), sobre una situación o acontecimiento son más importantes que la propia información en sí misma.
La manipulación es mucho peor que el silencio y sin embargo, no sé si ya sabría vivir en silencio. Al final he/hemos terminado conformándonos con lo que nos “cuenten” pero que nos cuenten algo. Oímos muchos cuentos, luego existimos mucho. A ser posible un cuento al día, como mínimo, noticias nuevas que una vez oídas ya son viejas.
Estamos ya inmersos dentro de ese ritmo frenético del todo ya, ahora, aunque sea sin contrastar, el corto plazo elevado a la máxima expresión, sin tiempo para reflexionar ni analizar ninguna noticia.
A mí me pasa que, cuando han transcurrido unas horas desde que he leído lo último que se publica, tengo la necesidad de volver a abrir periódicos digitales y blogs a ver si hay algo nuevo de lo que no me he enterado. Seguro que un psiquiatra le daría un nombre muy científico a este síndrome, a esta avidez tan malsana, sabiendo que casi todas las noticias son desagradables y frustrantes.
para mí Marie siempre tuvo dos ojos, penetrantes e intrépidos; nunca volví a cruzarla tras la granada, pero era una atípica francesita neoyorquina, coqueta hasta con su parche y con mucho más que el caballo de Esparteros
Con la ayuda del traslator de Google acabo de ler esta frase de Marie Colvin “nuestra misión es decirle la verdad al poder”…escribía con un par de ovarios!
Lástima que Marie Colvin se dejara arrastrar por las “manipulaciones publicitarias de los cobardes” y apoyara la guerra de Iraq, uno de los mayores crímenes cometidos en este joven siglo. Por lo demás, descanse en paz.
gran post! gracias
Deben pues retorcérsete las tripas cuando ves o lees algo firmado por Jon Sistiaga. Saludos.
Triste. Como siempre lo es este tipo de noticias. La humanidad avanza, aunque sea a paso de tortuga, gracias a personas generosas y que miran más allá de su ombligo, sea en el ámbito que sea que desarrollen sus inquietudes; si no, ya habríamos desaparecido. También nosotros podemos hacer desde aquí, desde nuestro entorno, mucho. Se puede, pero cuesta.
Saludos…
Cada uno tenemos nuestra guerra. La diferencia la marcan aquellos que de su guerra, hacen la de todos. Hoy es un día triste…
Por la información, libre, sincera y justa.
Eso es lo que muchos queremos.
Gracias por el post.
Está siendo costoso el trabajo del periodista. Por un lado informar y por otro justificar esa información. Hemos pasado de ser considerados héroes y líderes de opinión a mercenarios de la palabra de otros que, además, tienen sobrados recursos para hacerse oír. Tal vez esos tiempos de gloria nos han llevado a alimentar los egos de muchos, y ahora lo estamos pagando. Periodistas con nombre pero sin emociones.
Uno puede poner emoción e implicarse en una información, sin perder de vista la objetividad. Así lo entiendo yo. Todo lo demás es un corta y pega, eso sí, muy objetivo. Tanto que carece de sentido, sin contexto ni intención. Yo soy de esos periodistas que no tienen nombre, pero que sueñan con tenerlo algún día. Para poder, tal vez, volver a demostrar a los que decidan leerme o escucharme que esta profesión es tan digna como otras. Que el periodista es un profesional cualificado que mide y mima la noticia desde el principio. Con el fin de que lo que él vio, puedan conocerlo también los demás, para luego poder posicionarse libremente. Una sociedad crítica pasa por una ciudadanía informada. No lo entiendo de otro modo. No seremos libres si no conocemos más que una parte de la realidad. Seguramente, nunca tenga ese nombre, pero a pequeña escala trabajo diariamente para que no sólo sean las noticias trágicas como ésta las que den valor a esta profesión. Gracias por este texto, Ramón. Muchas gracias.
[…] a portada. Esta vez Javier Espinosa tuvo suerte de estar al otro lado del muro y se salvó. El pequeño homenaje de Ramon Lobo a esos periodistas y ese periodismo de contar las cosas desde la primera linea, […]