Décimos que sueñan
Monday, 19 de December de 2011 por Ramón
Madrid está estos días regado de cuentas de la lechera: locales iluminados en los que por 20 euros se puede comprar un piso sin pasar por el banco, viajar más allá del Caribe, a tierras ignotas que nunca salen en los paquetes al por mayor de las agencias de viajes sin viaje. Viajar no es filmar, fotografiar ametrallando objetivos, correr detrás de un guía con cartel: “Soy Hamelin”. Viajar es perderse, olvidarse, desnudarse. El viaje es pausa, sorpresa, respirar.
Si me tocara el gordo, perdón por la redundancia, viajaría un año entero cargado de lápices y cuadernos para aspirar cada metro del camino de Cavafis, mi favorito. Me gustaría recorrer América, desde la Patagonia de Bruce Chatwin hasta la Alaska de Jack London; un viaje henrystanleyniano: largo, bien largo.
Estos días de colas ante el altar de Doña Manolita (compré en La Pajarita, por volar), los sueños individuales gritan, murmurean los nombres de las utopías de bolsillo, y de tanto hablar a la vez se entremezclan en un sueño incomprensible, balélico. Ese es el primer premio: soñar por unos días una vida imposible.
Sueño con un apartamento, no muy grande, en Nueva York, la ciudad de los locos, mi ciudad. Sueño con trabajar desde un portátil, sin exigencia de presencia física ni obligaciones geográficas. Sueño que sueño un sueño sin fin, de enero a diciembre. Sueño que leo, escribo y escucho música en directo en lugares pequeños.
Sueño que no madrugo.
Me gustaría ser rico para sumergirme en grandes reportajes, como los The New Yorker, y no tener que vivir de su venta. Sueño que a mi familia y a mis amigos, vosotros también, les va bonito en medio de esta tormenta perfecta, que más que tormenta es un saqueo pirata.
El 22, consumida la letanía de los números cantados, que es parte del sonido de la infancia, llegarán las imágenes de los afortunados brincando y bebiendo el cava de salir en la tele. Hay personas que no sueñan, que solo quieren producir envidia. Y las radios y las cadenas de lo insustancial en movimiento, preguntando: “A usted ¿cuánto le ha tocado?” Y el-la loter@ diciendo: “Qué felicidad haber dado el gordo”.
La magia de los sueños de los días previos muere en el instante que un-una niñ@ de San Ildefonso tararea el gordo. Se esfuman los sueños y los soñadores; entran en el escenario los simuladores, los charlatanes. Es la sociedad sin pose: un blablablá, una mentira que no sueña, solo promete, se enrabieta, envidia, critica y roba con el guante blanco, que la mano sucia es la que va a la cárcel. Feliz semana.
Qué gusto leerte..
Me apunto a ese viaje y a parte de esos sueños…
bssss