Privilegios y descaro
Sunday, 2 de October de 2011 por Ramón
Me gusta la plaza de Oriente, siempre hermosa, dispuesta, acogedora; un lugar de encuentro ciudadano, peatonal; repleta de mimos, música callejera, patinadores, enamorados recientes y enamorados de la tercera edad. Al atardecer, el cielo se puebla de naranjas, desde los más rojizos hasta los amarillos: la luz de Velázquez. En ese momento mágico, todo, incluso los chinos masajistas, parece parte de una sinfonía perfecta. La plaza huele a música, destila emociones, tiene equilibrio.
El sábado quise pasear por esa plaza hermosa en busca de energía pero hallé interferencias, chulería, poder porque sí: decenas de coches oficiales malaparcados en una zona peatonal, invasores pilotados por choferes y aseguradores del boato con pinganillo y pistola, protegidos por decenas de policías nacionales; la seguridad de todos para el ocio de unos pocos. ¿Sería el rey? ¿La reina? ¿Lo que queda de Zapatero? A diez metros de la ocupación abusiva de una plaza pública porque “usted no sabe con quién está hablando, hay un aparcamiento público a tanto el minuto que igual sirve para tiros que para troyanos.
No aparcan como nosotros porque no se sienten ‘nosotros’. Para ser ‘ellos’, los especiales, los elegidos, deben exhibir su opulencia a costa de todos. Si aparcaran como nosotros dejarían de tener sentido.
No sé cuánto gastamos en coches oficiales ni cuántos obedientes tienen derecho al exceso gratis (los del consejo censurador de RTVE, también, y allí siguen), y no lo sé porque ningún medio de comunicación se ha molestado en contarlo, en repetirlo hasta que dé vergüenza. No voy a caer en la demagogia de hablar de este exceso y de los recortes en la enseñanza pública porque supongo que no son cifras equiparables. Lo que oculta el coche oficial es la realidad. Desde él no se puede legislar para quien no se ve, no se escucha no se siente. ¿Quién promete la supresión de los coches oficiales? Como las encuestas sigan así, ya oigo al Señor Rubalcaba en la tarima de Sol. Buena semana a todos.
Chapó….!!
Qué tarima de Sol? En Sol no hay tarima!
Dicen que nuestra presidenta Cristina gastó 110.000dólares en 20 pares de zapatos de la prestigiosa firma Christian Louboutin , de 5500 dólares cada uno, durante su visita oficial a Francia. Si es verdad, esto es un super descaro (yo la voté) pero este hecho me enoja un poco.
El problema de estos zaaptos es que tienen la suela roja, no sé como los disimulará.
Muy buen texto. Me gusta la descripción de la plaza,que me permite volver a ese Madrid lejano. Me gusta también la descripción de la prepotencia de algunos,de sus excesos,crónica de una deshumanización cotidiana.
Me resulta estimulante el último párrafo. Ojalá y Rubalcaba se atreviera a,por ejemplo,proponer la aprobación de una ley que regule el voto en blanco computable.
Un abrazo y buena semana,
Diego
La discreción resulta bastante más barata además de segura.
P.D. Increíble lo del Niemeyer en Avilés. ¿Los asturianos querían a Álvarez-Cascos? Pues lo van a tener. Lo mismo con la educación (y tantas otras cosas) públicas en la CAM. De nada sirve el casi millón y medio entre no votos (abstenciones), nulos y en blanco si se deja a los mismos tipos gobernar durante 16 años. Y mejor no empiezo con la capital…
La reina ó el rey seguro que no eran. Desde los años sesenta, a la reina particularmente, he podido verla a asistir a conciertos, desde que el Teatro Monumental era la sede de la ONE, pasando con el Auditorio Nacional en todo tipo de ciclos ó conciertos extraordinarios y, por supuesto, al Teatro Real, donde asiste siempre con absoluta discreción. Es una mujer muy culta y elegante.
Estoy segura de que quienes tan ostentosamente ocuparon el espacio público a que te refieres no eran ni melómanos ni asiduos asistentes a conciertos de ningún tipo.
Lobo, guardo buen recuerdo de la plaza de Oriente, cuando jugaba en sus jardines con mis primos. Pero la última vez que la pisé, este pasado mes de agosto, tuve que salir huyendo. Mis pies me llevaron hasta allí en una mañana de domingo y entre los turistas y las juventudes vaticanas y adláteres corrí despavorido a trasegar una cerveza en un velador de la calle Santiago; frente a esa hoguera de las vanidades en que han convertido el Mercado de San Miguel, pero alejado del bullicio. Las invasiones no sólo son políticas, también religiosas. Pobre Madrid, entre tanto invasor y tanta tijera. Salud.