El malabarista de alegrías
Monday, 19 de September de 2011 por Ramón
El Madrid suburbano tiene un aire clandestino, de catacumba cristiana, de arteria invisible al tráfico. Es un espacio que me gusta. Un vagón de metro podría servir de retrato sociológico de una ciudad; una foto fija por la que transita la vida entre miles de sombras. Madrid se podría narrar cada día desde la línea 5 o la 1 sin escuchar a los políticos, los opinadores.
Hay horas ocupadas por los ejecutivos, con o sin iPod. No llegan a ser aún tan numerosos como los de Wall Street o Londres, siempre tan prácticos, haya crisis o bonanza. Los nuestros viajan en burbuja de éxito haya o no pérdidas. A pesar de que mandan poco en esto del saqueo global, perdón, de los mercados, prefieren el taxi o el coche particular con manos libres.
La hora punta no es tan variopinta como la londinense, tan multicultural. Aquí se oyen rusos, rumanos, búlgaros. Faltan negros, faltan las Áfricas que sobreviven en la superficie corriendo de un lado a otro con su top manta en un hatillo. La única uniformidad visible por la mañana es la del sueño, la de las pesadillas aún colgadas de los párpados, y en los cabezazos a destiempo.
Después de la hora punta llega la hora de los inmigrantes latinoamericanos; viajan en comandita, como lo hacemos nosotros cuando salimos a turisterar como nuevos ricos. Algunos chicos parecen maras exiliados, latin kings o como se llamen; son una apuesta en escena del descuido, de la imitación de las series de televisión norteamericanas.
Hay tiempo de tarde o noche para las tribus que entre semana viajan desperdigadas. Cuando te cruzas con un gótico es un extraviado.
Abundan los turistas; pertenecen a la tribu de los despistados. Hoy intenté ayudar a unos italianos confundidos por el plano del Metro y me miraron asustados, como si me vieran como un salteador de pasillos. El miedo, las historias estereotipadas que se cuentan de ciudades como Nápoles, nos limitan, crean barreras que impiden la aventura del conocimiento, el contacto, la conversación. Me encanta Nueva York, la ciudad que siempre tiene prisa. Pese a esa aceleración genética, sus habitantes son extremadamente amables, siempre dispuestos al socorro del perdido.
Y me gustan los músicos bajo tierra. Hoy me crucé con una mujer en una salida de La Latina que cantaba muy bien, acompañada de una guitarra. No di dinero, solo una sonrisa y subí despacio por las escaleras a la otra vida, a la del disimulo, a la de las elecciones que nos amenazan, sumergido en halo de felicidad, como un malabarista de alegrías.
En Buenos Aires
hay tribus urbanas, y barrios con inmigrantes.
Barrio chino, boliviano, peruano, judío, barrios de ricos y barrios de pobres. cosmopolita y super alboratoda con población como cualquier ciudad del mundo.
Gran retrato de una experiencia cotidiana. Me hace recordar Madrid, sensaciones, sonidos.
Gracias
Siempre me han encantado los metros, “subte” como le dicen en Buenos Aires, y me gusta sobre todo por lo que dces Ramon, la gran variedad de gente que por allí pasa.
Nunca dejo una ciudad sin haberme montado en su “metro” a veces incluso me gusta imaginarme la vida de quien me toca enfrente, al lado, de alguien que me llama la atencion etc.
Si como dicen la cara es el espejo del alma, el metro lo es de una ciudad, mas alla de su bares,plazas…