Quedan la voz, las grabaciones, Estrella, queda cada uno de nosotros que recuerda y canta. Gracias, Enrique, nos hiciste la vida un poco más feliz.
Cuando se muere algún pobre,
¡qué solito va al entierro!,
y cuando se muere un rico
va la música y el clero
Le habré visto cinco o seis veces sobre un escenario: otras tantas catarsis. Y una más de muy cerca, porque me tocó de vecino de localidad en una corrida goyesca, en Antequera, agosto de 1998. Aquella tarde el sexagenario cumplido Antonio Chenel “Antoñete” estuvo imperial y el no menos sexagenario Curro Romero cortó un rabo con una faena de apenas una docena de muletazos que fueron otras tantas esculturas. Quiero recordar siempre a Morente como lo vi aquella tarde. Vibrando, reventando de felicidad, casi rompiéndose la camisa.
Me gusta más el Morente que revoluciona desde la ortodoxia, el que reinventa los viejísimos cantes de Chacón en sociedad con el más grande de los Habichuela. Me gusta más ese Morente que el de los experimentos irregulares, aunque algunos quedasen sublimes, como el “Omega” con la banda de rock Lagartija Nick. Morente, que iba para zapaterillo remendón, se hizo como cantaor en Madrid, en los tablaos (que todavía no eran los sórdidos almacenes nocturnos para turistas borrachuzos de hoy), y estudiando como un loco la ciencia de cantaores viejos, como el grandioso Pepe de la Matrona.
Morente nunca se vio a sí mismo como un genio, ni como un superdotado ni como un revolucionario. O sea, como le veíamos todos los demás. El se consideró, hasta el día en que algo no fue como debía en un quirófano, como el más aplicado, el más apasionado, el más curioso de los aprendices. Por eso precisamente nunca hubo en su arte nada de rutinario ni de previsible. Los incondicionales que le seguían de recital en recital sabían que este hombre nunca conectaba el piloto automático y que lo suyo en el escenario, aparte una voz extraordinaria, un compás privilegiado y un rajo de dios gitano, era, sobre todo, una inmensa fiebre de creación.
Escogió como cartilla de alfabetización a algunos de los mejores poetas de nuestra lengua. Ya nunca los abandonó. Ni abandonará a los que hemos sido traspasados, con su voz, por ese temblor que sólo son capaces de generar los escogidos entre los escogidos.
Gracias, Alonso
La sencilla y breve semblaza de Ramón Lobo, lo dice claro y bien.
Gracias también por tu comentario, Alfonso.
Me guardo mis emociones.
Gracias Lobo, por todo. Algo puro el flamenco en este mundo de falsificaciones (Wikileaks-Caixa Forum) y lo que dijo tb U. Eco en El País ayer. Yo con esto del flamenco me estoy arrancando (en el baile), nunca es tarde, pero parezco una falsificación porque es dificilísimo.