Biutiful y un cojín sombrero
Monday, 13 de December de 2010 por Ramón
Viajo al revés: veo lo que queda atrás, no lo que está delante. La ventanilla del tren es una pantalla transparente que reproduce paisajes, naranjos, animales y páramos de soledades. Treneo con un cojín de colores en la cabeza. Nadie se sorprende de mi estrafalorio porque nadie lo ve. Hay gente que camina con los ojos que se sacan con cucharas y nadie protesta porque nadie mira. Todos ensimismados y encapuchados. Todos ciegos, como denunció Saramago.
Soy Julio Cortázar a 265 kilómetros por hora: me muevo sin alma, que me sigue en otro tren, tal vez esta tarde, o mañana, que los trenes de almas son los que más se abarrotan en tiempos de vacío y crisis.
He visto Biutiful, de Iñárritu-Bardem. Me gustó mucho. Me dejó un poso amargo que ahora se multiplica en pensamientos desprovistos de la tristeza primera, son pensamientos-caja dispuestos a llenarse de otras vidas, de otros dolores. La película carece de la redondez mecánica de Bablel, pero Iñárritu nos mete en una Barcelona que al inicio parece mexicana y pobre, un exotismo, algo irreal por exceso de realidad. Es una Barcelona que tampoco sé mirar, como no sé mirar Madrid. Las ciudades son personas que viajan con monumentos a los héroes en la cabeza o con millones de ojos colgando por falta de calma, de paciencia, y nadie dice: allí va una ciudad soñolienta.
Bardem es extraordinario, siempre al límite del personaje, vaciándose por dentro y por fuera. Hay caminares de muerto que son una obra maestra. Miradas, silencios, orinadas de sangre que se desbordan del retrete e inundan la sala. Es una película dura, como lo es la vida sin adjetivos, sin eufemismos, la vida que rasga y duele. Nos van pesando las plumas acumuladas y un día las sentimos de hierro. Todo es percepción. Si crees que avanzas, trotas.
La vida es un útero gigantesco. Gateamos en sus paredes viscosas en busca de una salida, de luz. No hay señales luminosas ni señales calladas, tampoco gatos de Cheshire, solo nosotros, la negrura y el sombrero de cojines. El tren trenea. Ya Córdoba. Despeñaperros. Pronto Madrid. Estoy sentado en la puerta de un útero en espera de que salga una mujer. Sé que está allí, porque escucho su voz, su respiración fabricada de temores. Como escucho la voz de Enrique Morente dentro de mi cabeza, el maestro. Morente, que estaba escondido en otro útero, el que lleva a la muerte, no supo hallar la salida ahora que se acumulaban los proyectos. Aquí quedamos más desesperanzados los vivos hartos de ver pasar a los nuestros disfrazados de ellos y los ellos disfrazados de los nuestros. Aquí estoy estando y de aquí no me muevo aunque soplen vendavales. Me protejo con escudos de colores y canciones-Manhattan. Es la ventaja de Lorca, es un salvavidas. Es la ventaja de las grabaciones, la voz nunca muere.
Me gusta como escribes, aunque ultimamente te estás volviendo muy críptico. No me gusta el pesimismo, el pesimismo se transmite a las personas que tienes al lado, por ósmosis, por contacto, por el aire. Una vez leí un comentario en uno de tus post más tristes: ¡Me has alegrado la mañana!…no podía creerlo, tu tristeza le habia alegrado la mañana a esa chica…me da la impresión a veces que eres como el flautista de Hamelin del pesimismo y que tienes una legión detrás que te sigue incondicionalmente cuando haces sonar tu flauta triste. A mí no me alegra la mañana, pero me sigue gustando mucho como escribes.
Solo una cosa…Manhattan no es de Lorca, es de L. Cohen. Morente rinde homenaje a L. Cohen en Omega, pero no todas las letras son de Lorca, algunas son originales de Cohen. Esta en concreto, además la han versioneado REM, Joe Cocker y Jennifer Warnes.
saludos
saludos
Bello texto, Lobo…
[…] Madrid, Películas por Luis M. Carrasco Navarro De una entrada de su blog en la que, intuyo, Ramón Lobo intenta escribir a la misma velocidad que piensa, me detengo en lo que dice de la película […]
No es pesimismo…es sólo la tristeza que últimamente nos inunda a todos
Sí, las ciudades son las personas que las habitan. Vamos con nuestras vidas a cuestas y con nuestras soledades. Muchas veces nos guardamos el dolor, tanto el própio como el de los demás, para no hacer daño, aunque, al final, sale por otro sitio corregido y aumentado.
Hoy ha puesto una persona en faceboock un pensamiento que me ha tocado especialmente. Te lo copio Ramón.
“El corazón es la isla más antigua y sola.
Los peces de siempre lloran por ella
y, en vez de salvarla, le dan su condición de isla.”
(Lilián Pallares)
No somos islas ni tenemos por qué serlo. Estamos más a mano de lo que creemos, y nos damos más cuenta de lo que le ocurre al otro porque nos movemos en el mismo mar de sentimientos.
Un abrazo Ramón, aquí nos tienes. El silencio no es ausencia, en éste caso, de compañía. Es respeto hacia tus sentimientos.