Se nos murió un Nobel en Lanzarote y nos han dado otro que vive en Madrid, cerca de mi casa. España, que lo único que hizo fue abrir los brazos, se siente afortunada, parte, premiada de nuevo. Es lo bueno del movimiento de personas, casi siempre vienen los mejores. Porque hay que ser muy valiente para dejar tu casa, tu aldea, y emprender un viaje a lo desconocido. Al miedo y a la esperanza. No hablo ahora de escritores, sino de inmigrantes que cruzan un desierto y un mar para alcanzar un derecho fundamental: tener posibilidad de una vida mejor.
Escucho la radio. La conductora del programa ya ha dicho tres veces que es un lujo abrir el informativo con la concesión de un gran premio a un gran escritor. Es un lujo que se podría permitir todos los días, ella y todos los periodistas que estamos encelados con la política minúscula. Mañana podría arrancar el programa con cualquier héroe anónimo, gentes extraordinarias que modifican su entorno con una actitud vital compormetida, honesta y digna.
Los periodistas y los políticos hemos creado un mundo de ficción en el que solo hablamos de nuestras cosas, no de lo que le preocupa a la gente. Ellos se esfuerzan en la frase cocinada que les garantiza el titular y nosotros se la compramos aunque sea una impostura, porque es la misma de la semana pasada y de la anterior. Vamos de camino de ser unas revistas del corazón bis. Tratan de las andanzas de personas que no hacen nada, que no necesitan trabajar porque ya salen en las revistas y cobran por ello y las revistas cobran por mostrar las vidas falsas de personas inexistenres. El nuestro no es mucho mejor.
Me gusta Mario Vargas Llosa. Me gusta como escribe y lo que dice que piensa. No comulgo, pero me encanta su valentía, su ir en contra de una izquierda sectaria y blandita que al final es una derecha reconvertida. Me gusta la gente como él y como Saramago. Es el papel de los intelectuales, caminar con el candil encendido para que nos perdamos. Empecé a leerle pronto, con Los jefes y Los cachorros y le he seguido en cada libro. Me gusta como periodista, su capacidad de reportear literariamente y hacernos un poco mejores a todos los reporteros. Si tuviera que elegir entre Vargas Llosa y sus enemigos y críticos no tendría una sola duda. Siempre escogeré el talento. Muchas gracias, don Mario.
Ya habló Ramón y una se puede acostar tranquila. Me encanta. Totalmente de acuerdo. Qué capacidad para asociar ideas. Qué gusto. Un saludo.
Lobo dixit: Los periodistas y los políticos hemos creado un mundo de ficción en el que solo hablamos de nuestras cosas, no de lo que le preocupa a la gente.
Con todos mis respetos para la profesión, talmente de acuerdo. Muchas veces me dan ganas de escribir a las cadenas de radio o a algún periódico (afortunadamente me contengo) para decir que teorizan en las tertulias; su discurso es meramente intelectual y ahí se queda; no tiene ninguna conexión con la realidad (al menos este es mi parecer). Imagino que no son conscientes de ello y lo hacen con su mejor intención (los periodistas, que no los políticos) pero eso es lo que yo y muchos como yo, percibimos. Tanto si se habla de política, como de crisis, como de globalización, tercer mundo…, tengo la sensación de que no tienen ni idea de lo que sentimos el resto de los mortales, los ¿perdedores?, los que cada día que nos levantamos vivimos en la incertidumbre… ¡Lástima! Matrix.
Repito, con todos mis respetos. Intuyo que la mayoría de los que leen este blog son periodistas.
Saludos, abrazos, carantoñas y achuchones varios, como diría “el Cifu”,
Paloma
Enhorabuena a Vargas Llosa, también.
Vargas Llosa. Interesante personaje. De “La ciudad y los perros”, una obra maestra de juventud, a otras: “Conversación en la catedral”, “La casa verde”… Como intelectual en la tercera edad, nefasto: justificación de la guerra de Irak, justificación del golpe de estado en Venezuela y en Honduras, fijación obsesiva en la figura de Chávez. Se levanta con Chávez, se acuesta con Chávez. No me parece ningún ejemplo moral, ningún ejemplo intelectual, y menos necesario me parece serlo contra la izquierda. La pobre izquierda. ¿Hace falta otra voz contra la izquierda? ¿Es acaso ahora más necesario que nunca apuntar los males, precisamente, de la izquierda? En otro momento a eso se le hubiera llamado ventajismo. Si algo hace falta, véase al mencionado Saramago, es una intelectualidad que sea capaz de afinar el discurso de izquierdas, no de caricaturizarlo, como parece empeñado Vargas Llosa desde hace unos años.
¡viva la autocrítica! menos mal que aún hay periodistas que la tienen. el problema es que hay muchos otros que viven en la autocomplacencia, sin hacer análisis, sin valorar si el trabajo que están haciendo es periodismo o no lo es. y como bien dices muchas veces no lo es.
aunque sólo he leído un par de libros, también me gusta Vargas Llosa como escritor, por encima de cualquier político que pueda llevar dentro. ojalá nuestros políticos pudiesen ofrecernos el talento de Mario en algún ámbito de los que se nos muestra cada día en las noticias. pero qué va. nos tienen huérfanos de todo. hasta de política.
Paloma:
“Su discurso es méramente intelectual”: Ójala fuera meramente intelectual. Se ajusta mucho más a una farsa, a un teatrillo de baja estofa. Cotilleo parlamentario, juego de poder, desprecio por la voz del ciudadano. La huelga general es una prueba a los sindicatos, las primarias una reválida para Zapatero, la corrupción un tejemaneje de jueces y policía… Todo se traduce siempre a sus pequeñas miserias. Ellos y sus cosas, las 24 horas. A eso lo llaman libertad de participación políta y libertad de expresión.
Me ha resultado muy esclarecedor el ver como desde cierto sector ideologico se ha atacado y menospreciado el premio que ha recibido Vargas Llosa simplemente por su ideología.
Ahora mas que nunca la frase de “los extremos se tocan” tiene toda la coherencia posible, pues no hace mucho Saramago era vilipendiado con los mismos insultos ideologicos desde la otra parte de la trinchera.
Si todo en el mundo se va a ver desde un punto de vista ideologico y no vamos a ser capaces de disfrutar con el talento de tal o cual persona solo por ser de pensamiento distinto al nuestro mal vamos.
Por eso me alegro de este post Señor Lobo, no esperaba menos de usted y no me he equivocado.
Y sí, por ahí hay multitud de historias dignas de ser contadas de gentes de la calle que son autenticos protagonistas de la vida actual, lástima que sean pocos los que este dispuestos a darlas a conocer.
Hola Ramón: En la línea de tu entrada aquí va un artículo de hace 3 años que, como muchas cosas de Don Mario, parece escrito ayer.
La civilización del espectáculor
Buen finde
Ramón, le escuché ayer en Radio Nacional y a su colega Olga Rodríguez que también está aquí en P.H. Hace tiempo que sigo a ambos. Pero quiero decirle que eso que dijo de que todo aquel que no está con los que manejan los hilos, (bueno no era esto precisamente) no emerge en la sociedad y de ahí que ahora en la crisis todos están en lo mismo y nadie es capaz de dar alternativas, bueno que me pareció genial. De hecho le escribo para pedirle tanto la cita como el añadido que hizo ud luego. Quiero a-pre.hen.der-lo. Le leo a menudo, aunque es la primera vez que escribo. Seguiré haciéndolo. Pero si me da la cita se lo agradecería mucho.
Suerte tienen quienes encuentran su consuelo en la neutralidad: ni unos ni otros. En el centro siempre. Vargas Llosa es un excelente escritor, posiblemente el mejor novelista en lengua española del siglo XX (Borges escribía cuentos, Rulfo sólo publicó un libro… Carpentier se le iguala, García Márquez ni mucho menos). Merece el Nobel… si, claro. Pero conviene aclarar que los premios no caen del cielo, que los otorgan jurados capaces de premiar a autores tan absolutamente prescindibles como Le Clezio (Nobel 2009). Hasta aquí lo literario. Lobo luego destaca en su post la postura política del escritor. Y en esto Vargas Llosa representa, fuera de toda duda, a los sectores más reaccionarios de los “thinktanks” latinoamericanos. Lo cual no es decir mucho en su favor. En este contexto, tildar su pensamiento de “a contracorriente” parece absolutamente desafortunado. No hay corriente más regada con prevendas y billetes que la que ha abanderado Vargas Llosa en los últimos años (de Prisa a Casa de América). Y me parece necesario reprochárselo. Y no es lo mismo que abanderar una postura comprometida y de izquierdas, como la de Saramago: no son dos extremos equivalentes, aunque a los bienpensantes se lo parezca.
Pues yo no me quedo con el talento.El talento no es patrimonio de los mejores.
Para mí fue definitiva su crónica sobre África,que concluye:
“¿Y qué hemos hecho nosotros, los congoleños, con nuestro país?”.
¿Es eso valentía?
Valiente es Joan Carrero ,de S,Olivar (por mucho que las comparaciones sean odiosas)
Sí Francisco, todo eso que dices lo pienso de los políticos, de todos salvo alguna excepción… ¿o ninguna? :))) De los periodistas, quizás de alguno, pero la mayoría creo que se creen sinceramente lo que dicen. No se, realmente creo de verdad que existen múltiples mundos paralelos dentro de éste en los que no se produce ninguna interrelación. Viajamos por separado. Y encima buscamos vida en otros planetas! ¿Para qué? ¡Con la riqueza humana que hay en este desconocida para la mayoría?:)))
En fin… La vida again…
Saludos
Dejénme un último apunte sobre Vargas Llosa. Será tan simple como pegar aquí un artículo publicado en El Pais (6/6/95) de Juan José Saer, uno de los grandes de la literatura argentina, . Y lanzar una última pregunta, ¿son realmente dos esferas absolutamente diferenciadas las de la literatura y la política? El debate es abundante:
Más allá del error. Juan José Saer
No tengo ninguna intención de polemizar con el señor Vargas Llosa. Sólo quiero precisar algunos hechos. La amalgama, la información trunca, la petición de principio y la pura mitomanía invalidan de antemano la posibilidad de cualquier discusión seria.
El señor Vargas Llosa, que ha hecho de la agitación una actividad comercial, carece de la envergadura intelectual y de las garantías morales necesarias que podrían convertir a todo adversario en un interlocutor válido. La historia tenebrosa de sus opiniones y de sus actos pueden hacerla, si lo desean, todos aquellos que por complacencia, oportunismo o ignorancia acogen tan a menudo sus panfletos, acordándoles de ese modo la legitimidad de un periodismo honesto y objetivo. Sus dislates no justifican la controversia: llenos de lugares comunes, de ideas fijas y de incoherencias histéricas, una vez expuestos en lugar visible se refutan solos.
Pero aún para el más imperturbable desprecio, la impudencia tiene un límite. En el artículo Jugar con fuego, aparecido en EL PAÍS del 7 de mayo, el señor Vargas Llosa franquea, con su desparpajo habitual, ese límite y se instala en una zona turbia que está más allá del error.
Cada uno es libre de sus opiniones si, desde luego, las profiere con franqueza; pero si para hacerlas más aceptables las adereza con una napa asqueante de lugares comunes dignos de una composición de sexto grado no es difícil inferir la duplicidad y , en definitiva la cobardía de quien la expresa.
El artículo comenta las recientes confesiones públicas de militares argentinos que participaron activamente en los actos masivos de terrorismo de Estado perpetrados por la dictadura militar entre 1976 y 1983.
Esas confesiones públicas no aportan ninguna novedad a los hechos, mundialmente conocidos desde hace más de una década. El informe de Conadep -Comisión Nacional de Desaparecidos, presidida por Ernesto Sábato-, de septiembre de 1984, después de muchos meses de trabajo ejemplar, logró probar, aceptando como válidos sólo los casos donde existían varios testimonios concordantes, el secuestro, tormento y desaparición de alrededor de nueve mil personas. Su estimación global, sin embargo, según varios indicios fuertemente probables, es de unos treinta mil desaparecidos. El informe fue, por otra parte, al año siguiente, una pieza decisiva en el proceso a los jefes de la dictadura militar bajo el Gobierno del doctor Raúl Alfonsín. Varios responsables militares fueron condenados a importantes penas de cárcel, pero el Gobierno de Carlos Menem, en 1989, les acordó una injustificada amnistía. De modo que las confesiones públicas de unos pocos militares -el resto guarda todavía un espeso silencio- no introducen ninguna novedades a no ser la comprensible exigencia que nunca decayó totalmente, de que se juzgue a los culpables de tantos crímenes horrendos. Y es la posibilidad de un nuevo proceso lo que despierta el escepticismo de Vargas Llosa.
Podado de sus vaguedades liberales y de sus supuestas revelaciones, su artículo sostiene en sustancia que un nuevo juicio a los militares es “prácticamente” imposible, porque la responsabilidad de los crímenes no recae únicamente sobre los que los cometieron, sino “sobre un amplio espectro de la sociedad argentina”, es decir, sobre todos aquellos que aprobaron la llegada al poder de la dictadura militar y asistieron, sin rebelarse explícitamente, a la ola de terror. Según este argumento, Goering, Hess, Eichmann o Barbie no hubiesen debido ser juzgados o condenados por los crímenes que cometieron, con el pretexto de que la mayoría del pueblo alemán sostenía al nacional-socialismo. Este curioso argumento es la legitimación tácita de la tiranía, porque los desmanes de cualquier Gobierno elegido por simple mayoría podrían ser reivindicados por los dirigentes como atributos legítimos del mandato popular.
La tan criticada Ley de Punto Final de la Administración de Alfonsín contempló lo absurdo de ese argumento y puso un tiempo límite para que todas las denuncias fundadas pudieran ventilarse en los tribunales.
La ley fracasó rotundamente, pero la intención era castigar graves casos precisos de violación de derechos humanos para sacar justamente el problema del terreno brumoso de la responsabilidad colectiva. Si la ley fracasó fue porque muchos jueces que habían sido cómplices de la dictadura empezaron a enjuiciar a militares subalternos omitiendo ocuparse de los verdaderos responsables. Ese argumento de la responsabilidad colectiva pondría, por otra parte, en situación delicada al propio Vargas Llosa, porque mientras que decenas de intelectuales y de artistas chilenos y argentinos eran torturados, asesinados, o desterrados, él seguía publicando sus artículos en los diarios oficiales de las dictaduras de esos países.
El artículo de Mario Vargas Llosa se desliza, groseramente en verdad, de la tésis de la dificultad del juicio a causa de la responsabilidad colectiva a la falta de necesidad, incluso a su carácter nocivo, porque una actitud revanchista pondría en peligro las todavía frágiles instituciones democráticas.
No entiendo cómo la impunidad de esos crímenes horrendos podría contribuir a estabilizar la democracia a una sociedad en la que verdugos y torturadores, secuestradores y asesinos de criaturas, se pasean por la calle, ostentando el cinismo satisfecho de sus crímenes.
Es verdad que en nuestra época la palabra democracia ha sido vaciada por muchos de todo contenido y que, parafraseando al doctor Johnson, podríamos decir que la democracia -como hasta no hace mucho la patria- se ha vuelto el último refugio del pícaro. Pero el argumento de choque del artículo consiste en afirmar que si bien la dictadura existió, no se debe eliminar del debate “un hecho capital”: la acción insurreccional de los grupos armados que implícitamente justificó la reacción del ejército. Una mentira enorme apoya este sofisma: según Vargas Llosa, la lucha armada comenzó bajo un Gobierno constitucional y democrático, lo que haría recaer en sus partidarios la principal responsabilidad de las masacres. Esta afirmación podría deberse a la mala fe de Vargas Llosa o a su ignorancia de la historia argentina: yo creo que ambas razones no se excluyen necesariamente.
Desde el golpe de Estado de 1955 contra el Gobierno de Perón hasta el 10 de diciembre de 1983, es decir, durante 28 años, hubo en Argentina sólo seis años de Gobiernos constitucionales diluidos en 22 años de dictaduras militares. Los primeros intentos de resistencia armada empezaron en 1956, bajo un Gobierno militar, y la mayoría de las acciones importantes tuvo lugar contra ese tipo de Gobierno. Calificar el de Isabel Perón de democrático es una lamentable patraña, ya que fue ese mismo Gobierno el que, después de haber alentado grupos paramilitares y parapoliciales, comenzó a aplicar el terrorismo de Estado firmando un decreto de “exterminio” que los militares que lo derrocaron no hicieron más que aplicar al pie de la letra.
Quiero hacer notar que, como de costumbre, el señor Vargas Llosa es poco original, porque su punto de vista coincide como por casualidad, y al milímetro, con el de la dictadura militar: si torturaron y asesinaron fue porque los otros los obligaron a lanzarse en lo que ellos mismos bautizaron “la guerra sucia”. Adobándolo de inenarrable chatura seudohumanista, Vargas Llosa no hace más que blandir el eterno pretexto de todos los tiranos: la responsabilidad del terrorismo de Estado recae no sobre los asesinos que lo ponen en práctica, sino sobre la sedición que, previamente, la provocó.
En cada frase de ese artículo hay una inepcia, y podría poner como ejemplo la afirmación de que Chile es un país reconciliado, aunque todos sabemos que los excesos del golpe de 1973 aún no han sido elucidados, y que la sombra siniestra de Pinochet se proyecta todavía, reivindicando orgullosamente todos sus crímenes, sobre la sociedad chilena.
En la más completa impunidad, y con la inconsecuencia clínica del mitómano, Vargas Llosa, como se puede comprobar, es capaz de escribir cualquier cosa y, como decía al principio, la amalgama, la verdad trunca, la afirmación irresponsable, son la rutina de este articulista.
La inconsistencia general de sus argumentos fatiga, y sus torpes tergiversaciones ya hace tiempo que han dejado de indignar.
Como a un factor más de contaminación ambiente se soportan su verborrea omnipresente, su sintaxis renga, sus efectos de pacotilla, su narcisismo vulgar que, a decir verdad, nada justifica. Pero todo tiene un límite.
Comentando las confesiones públicas de los torturadores arrepentidos, el señor Vargas Llosa se atreve a estampar estas líneas: “Ahora si, la evidencia está allí. La verdad ya no puede ser cuestionada ni rebajada…”.
A pesar de las 484 páginas atroces del informe de la Conadep, de las decenas de miles de folios de los procesos militares, de los testimonios directos difundidos desde hace casi veinte años por la prensa internacional y por las asociaciones de defensa de los derechos humanos, el indigno autor de ese artículo insinúa que sólo el testimonio de los torturadores suministra la prueba irrefutable de lo que realmente sucedió.
La veracidad de una de las páginas más sombrías de la historia americana estaba, según él, en suspenso antes de que los asesinos reconocieran sus crímenes. El relato de miles y miles de víctimas, de familiares, de testigos, de periodistas y de magistrados no era al parecer prueba suficiente. Tal es la insinuación incalificable que, sin embargo, califica a quien la escribió: hasta ahora la palabra de las víctimas no era enteramente digna de crédito; solamente la confesión de los verdugos la certifica.
Lobo, este ha sido uno de tus mejores posts de los última tiempos.
Muy bueno.
El comentario 12 es digno de Nobel también.
La declaración que mas me han sorprendido a cerca del Nobel, es la de la señora Aguirre, que reconocía que es sus no se cuantos años era la primera vez que un amigo recibía tal galardón. Sorprendida ella, de que solo uno de sus ilustres amigos hubieran resultado premiados. Dejando claro que no gozaban de su aprecio ni Saramago, ni siquiera el poderoso Obama.
Leí a Vargas Llosa siendo Joven, y no me gusto lo que escribía, de mayor, me gusta como escribe pero no lo que escribe. Es necesario separar siempre al autor de su obra, pero no es posible separar el fondo de la forma.
Con todos mis respetos para el señor Vargas Llosa, no se le puede comparar al maestro portugués, Saramago.
Con todos mis respetos para Saramago, no se le puede comparar con el maestro peruano, Vargas Llosa. Por mucho que, ideológicamente, me sienta más próximo al autor de “Ensayo sobre la ceguera”.