Roma sin disfraces
Monday, 9 de August de 2010 por Ramón
No hago fotos a Roma. Estoy de huelga en espera de su retorno desmenuzado. Ya llueven migas de lo que se esfumó. Escucho música. En el MP3 está encerrada mi vida que gira en una rueda de memoria. Ahora, Elvis. Es mi forma de palpar la pared en busca de una rendija hacia mí y bucear en el mar de las palabras que me habitan desde hace unas semanas. La novela crece, se ensancha, se detiene, respira, siempre al borde del abismo. En el salón hay una alfombra que se asoma detrás del sofá. Me siento sobre ella y cuelgo las piernas sobre las baldosas. Siento el aire de un segundo principio desdoblado. Las palabras que me preñan se han puesto a bailar como bailaba la gaviota que me grazna cosas hermosas al oído en un idioma que no entiendo. En el espejo ovalado del pasillo veo una puerta. Al lado una llave y una zanahoria. ¿El conejo de Alicia en el País de las Maravillas? Regreso a la habitación del ordenador. Pongo en marcha el ventilador del techo. Me tumbo desnudo en el suelo y observo sus vueltas. Cierro los ojos. Una voz advierte a los pasajeros de que la casa de las palabras está a punto de despegar. Buona sera.
Lobo, no te fíes mucho de la gaviota, quizá sea de genovesa.
A domani.
!Jó!
Pues yo aquí, con un trabajo de gran responsabilidad, custodiando 70 bonsáis maduros y 200 proyectos de lo mismo. Mi único propósito en esta semana es velar para que no estén ni secos, ni húmedo. Y no es fácil, no… Cada vez que veo una hoja amarilla o marrón, o lo que es peor, seca, me pongo… Espero que todo salga bien y Mario, el polaco, esté contento a la vuelta de sus vacaciones.
Aunque este relato es sobre la pintura, te lo envío para que te sigas inspirando con las palabras:
“Desde la edad de seis anos tuve la manía de dibujar la forma de los objetos. A los cincuenta anos había realizado una infinidad de dibujos, pero todo lo que he producido antes de los sesenta no vale la pena ser tenido en cuenta. A los setenta y tres aprendí un poco acerca de la verdadera estructura de la naturaleza, de los animales, plantas, aves, peces e insectos. Cuando tenga ochenta, por consiguiente, habré hecho mayor progreso; a los noventa penetraré en el misterio de las cosas; a los cien habré alcanzado, ciertamente, una etapa maravillosa; y cuando cumpla ciento diez, todo lo que haga, ya sea un punto o una línea, estará vivo”.
Fíjate la de tiempo que tienes, Lobo.
“Esta cita es de un manual de pintura escrito por un monje oriental, Calabaza Amarga, donde explica cómo el artista debe dominar su cuerpo para conseguir representar el mundo entero con un solo trazo de su pincel. El arte, para los orientales, no era un negocio, ni una forma de demostrar su destreza, sino una manera de perfeccionarse interiormente”, escribe Jose Antonio Marina en su libro Pequena Historia del Arte, ilustrada por Antonio Mingote.
Yo creo que sirve para toda expresión artística.
Saludos…
P.D. Yo cuando salgo al porche en vez de cúpulas de iglesias veo bosáis :))) Me río.
Me encanta tu prosa cargada de metáforas. Tu ventilador me recuerda las turbinas que me trajeron a Lisboa, entre nubes… http://wp.me/pwJx2-YH. Feliz viaje!