Saramago, el escritor que abrazaba hombres
Friday, 18 de June de 2010 por Ramón
Hay dos tipos de escritores: los que se asilan del mundo y tratan de modificarlo desde sus libros y personajes sin otro compromiso que la búsqueda permanente de la excelencia; y los que como José Saramago, que además de escribir obras esenciales como El memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, los dos ensayos, el de la ceguera y el de la lucidez, y la maravillosa Caín, entre otras, son capaces de salir al mundo y tratar de cambiarlo con sus propias manos. Esa generosidad quijotesca la debió heredar de su abuelo, quien antes de morir hace ya muchos años se levantó de la cama, abrazó a los cuatro árboles que tenía en su huerto y se fue en paz, con la tranquilidad del deber cumplido.
Saramago nunca se escondió. Renunció a muchas líneas escritas en su atalaya de Tías, en Lanzarote, desde donde se ve el mar, por salir a la calle y dar voz a los que no la tienen, a los que nadie escucha, a los que nadie ve. Estuvo en todas las batallas en las que había un ser humano al que abrazar, fuese en Chiapas o en Haití, en Argentina, Chile o Uruguay, donde dictaduras sangrientas y crueles dejaron la huella de la otra cara del hombre. Libró batallas en favor de África, del continente oscuro y silenciado por una globalización informativa que solo habla de las cosas del hombre blanco, y otras en favor de sus inmigrantes desde su Lanzarote adoptiva, frontera primera para los que huyen de las guerras, la miseria, las enfermedades y la pobreza. También tomó partido por Palestina y los palestinos, cuya persecución y desgracia comparó con la que sufrieron muchos judíos en la Europa nazi y que le granjeó la beligerante enemistad de todos los gobiernos israelíes.
José Saramago sabía que el premio Nobel de Literatura no era sólo un galardón, el más importante para un escritor, era sobre todo una responsabilidad. Un gran altavoz para una voz que siempre habló en favor de los desfavorecidos, de los que escribió y duplicó en personajes extraordinarios como Baltasar y Blimunda en El memorial, seres que habitaron sus libros dándoles el sentido transcendente de las grandes obras.
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(Un beso muy grande a Pilar).
Sólo coincidí una vez con José Saramago: fue en Berlín, en un hermoso acto organizado por el Instituto Cervantes. La sala… a rebosar, llenazo total. Gentes de todas las edades, principalmente jóvenes. Unos por el suelo, otros delante, detrás, a los lados. Y don José que no quería dar la espalda a nadie. Intentaba dirigirse a todos y cada uno de los que estábamos allí. Se movía, se giraba, buscando el contacto visual con su público, con sus caras… llenas de entusiasmo. Habló en portugués, habló en español, firmó libros, dedicó sonrisas, palabras amables… Allí estaba el gran escritor, el premio Nobel, sin ápice de divismo, humilde, feliz. ¿Qué más se puede decir?
Descanse en paz. Un abrazo cálido para Pilar
Lobo, quedamos huérfanos de la luz. Enmudecidos. Salud.
Ramón, transmite por favor a Pilar lo poco que puedo enviar en este momento: pena y abrazos.
Enric González