El origen del terror al dentista
Saturday, 3 de April de 2010 por Ramón
Si la infancia es el baúl donde se agazapan los fantasmas, las neurosis, los miedos y las deficiencias emocionales, en el mío está, además, el terror al dentista. Todo empezó a los 11 o 12 años cuando mi padre me llevó a uno que pasaba consulta y cobro en la Clínica de la Concepción de Madrid. Era hijo de un médico amigo de mi abuelo médico. No sé si había cuentas familiares o políticas pendientes (mi abuelo era republicano, como su padre y hermanas) porque el tipo me torturó con la excusa de tres caries. Desde entonces cuando me tumbo en el sillón y veo al dentista avanzar hacia mí armado con el espejo odontológico me pongo rígido como un cadáver, los ojos en blanco y tengo convulsiones (sólo perceptibles para mí). Parezco un cohete a punto de despegar. Y si no despego es por el qué dirán.
Una tarde en el Pinar de Chamartín, el barrio de mi juventud, acudí a un dentista junto a Jesús Álvarez, amigo desde aquellos años. Entramos juntos a la sala de disecciones para darnos ánimos y acabamos transmitiéndonos los temores. Tales fueron mis gritos, la mayoría reales y alguno exagerado, que al terminar no había nadie en la sala de espera. El hombre dijo: “Me has echado a la clientela”. No recuerdo si fue Jesús o si fui yo pero uno respondió: “Pues insonorice la sala”.
No volví. De hecho casi nunca vuelvo. En cuestión de dentistas soy como era mi abuela española, que cambiaba de confesor hasta hallar uno que le diera la razón. Era beata y con poco sentido del humor en las cosas del más allá.
En los últimos ocho años conseguí un dentista extraordinario lejos de Madrid que por razones que no vienen al cuento se ha quedado fuera de mi radio vital y ahora, un tanto huérfano, debo buscar otro que no espante. En Washington, donde viví en 1985 y 1986, tuve uno de nombre largo que me veía cada seis meses. Él me dio una buena razón para ir a la consulta que al regreso a España olvidé: los que tienen miedo deben venir más para que nunca haya que hacer demasiado. Hubo otro en Madrid que me explicaba sobre una pizarra todo lo que me iba a hacer ese día. Le miré aterrado y le dije que ése era el mejor camino para lograr que saliera por pies y sin pagar.
En otoño de 2004 tuve un regreso terrible por carretera desde Bagdad a Ammán. Llevaba días con dolores en una muela pero me pareció una temeridad ir al dentista en medio de una guerra en un país que carecía de todo. Pasé las nueve horas de viaje bebiéndome cápsulas de Nolotil sin mejoría alguna. En la capital jordana busqué ayuda de la embajada española que terminaron por darme un nombre que recomendaba uno de los empleados locales. El dentista resultó ser rumano con estudios médicos en Cuba. Le dije tras los saludos y explicaciones de rigor: “Me da igual que se haya entrenado en la Securitate (policía secreta de Ceaucescu), pero quíteme este dolor, por favor”. Me puso una inyección en la consulta y otra horas después en el hotel. Se me quitaron el dolor y unos cuantos prejuicios.
¡Machote! xDDD
(cuidado con esos dentistas en los sitios raros en los que te metes… ¿No recuerdas “El antropólogo inocente”?? mwahahahaha)
El único arrebato de violencia con conato de agresión que me ha sucedido en mi vida desde que salí del cole (violencia mía hacia otra persona) fué sentado en el sillón del dentista, fué un instante, menos de un segundo pero le hubiera dado un puñetazo en donde más le hubiera dolido, fué un ataque primario de autodefensa, no llegué a tocarle, pero creo que él se dió cuenta, pues se retiró dando un salto hacia atrás… supongo que no fuí el único.
Como para llevaros al ginécologo… ¡Andaque!
Comparto tu terror. Tengo el dudoso honor de ser la única persona que conozco a quien el dentista a echado de la consulta por ser un mal paciente. Y por mudanzas varias, más allá del dentista de mi pueblo, no tenía lo que se llama un dentista fijo. En los últimos dos meses he visto cinco dentistas, para que te hagas una idea de la muestra de mis últimos sondeos (hacía cinco años que no pisaba una consulta), hasta que dí con él. Me saca su Ipod con todo un reperterorio de música para que elija el que más me pueda tranquilizar. Me pone un cojín en la cabeza para que esté más cómoda. Me anestesia un poco antes de anestesiarme, y es especialista en no hacer daño. Está tan entregado, que hasta pasa consulta los domingos para los pacientes que no pueden ir entre semana. Lo único es que te echa una larga charla sobre la importancia de la higiene, pero no deja de ser muy útil e instructiva. Vamos, que mi madre no se cree que vaya al dentista sin miedo, y yo casi diría que hasta le estoy cogiendo gusto.
Lobo, tu problema con los dentistas es que cuando te hurgan es que están entrando en la boca del Lobo, y eso debe imponer bastante…. los miedos atávicos les afectan también a ellos.
Estela, esa es una zona de recreo, supongo que solo hay que relajarse y dejarse llevar.
Me voy a callar que no es cuestión de que el Lobo me eche el primer día… 😉
(¡Tres velas negras y las páginas amarillas abiertas en “Urólogos”!!! Que-lo-sepas)
Estela, perdona, es un asunto que desconozco como comprenderás, pero no he tenido mala intención. Espero que no te molestes y me quites las velas negras, porfa.
[…] El origen del terror al dentista http://www.ramonlobo.com/2010/04/03/el-origen-del-terror-al-dentista/ por pepevaz hace 3 segundos […]
Por lo menos había realizado las prácticas en una buena “empresa”. La mejor de Rumanía
Tampoco me considero devota de los dentistas. No me da miedo el dolor, lo mío es más absurdo y de consulta de psicólogo, porque le tengo pavor a la anestesia.
La sensación de no sentir la cara me aterra. Supongo que porque me operaron de muy pequeña con una anestesia propia de Cuéntame.
Yo tengo un dentista que es muy profesional, bastante majo y sobre todo respetuoso con las fobias ajenas. Si quieres te doy la dirección. Ah! y un orfidal antes siempre ayuda.
Dentro de mis pesadillas hay una imagen recurrente: una gran luz frente a mí y. por la derecha, aparecer, poco a poco, la temible cara de mi dentista de la infancia con su mirada escrutadora y furiosa.
Me río.
¡No estoy sola!
Joooo, soy rara hasta para esto!!! Para mí ir al dentista es casi placentero, será porque tengo una dentista maravillosa. De hecho, aunque hace ya mucho tiempo que no vivo en Madrid, sigo acudiendo a ella cada vez que voy al dentista. Me hago 170 kms de ida y 170 kms de vuelta, me doy un garbeo por la capi y me vuelvo a mi pueblo tan contenta. Y todo después de haber estado en clase por la mañana. Es una ortopediatra que te trata como si fueras un niño y eso es genial. Si alguien quiere su teléfono os lo paso, conste que no es familia mía ni me da comisión.
Un saludo, Montse
Montse, yo que tu me lo miraba…. mira que placentero…..
Lobo, comparto ese miedo, horror, pues mi dentadura es una película. Recomiendo, a usted y sus seguidores, la lectura del cuento “El cobrador”, del excelente escritor brasileño Rubem Fonseca.
Un saludo
(Vicente, todo cachondeo 😉 … ¡¡¡Pero las velas se quedan!! jajajaja)
tendrias que ver una satira muy buiena que realizo coco legrand este año en el festival de viña. te reirias a destajo.
yo, no pude parar, incluso ahora que lo recuerdo me da esa risa casi incontrolable.
buena recomendacion, te agradara si la buscas, lamentablemente no puedo darte ningun enlace, ya que este es el computador de mi trabajo y esta todo bloqueado.
saludos
Tiene algo de snuff movie la consulta del dentista. Ese horror de música ambiental new-age con la que te van afilando los nervios en la sala de espera, ese sillón del que dudas si volverás a levantarte, ese aproximarse a ti, sádica, lentamente, con instrumentos afilados cuando no zumbantes, esas peticiones de “relájate” (¿y disfruta?)…
Y sí, es cierto que en esto, como en tantas otras cosas, parece que los hombres tendemos a ser bastante más cagones que ellas.
Repelús y desconfianza ante cualquier médico (actitudes, ambas, del todo desaconsejables pero no las puedo, y supongo que no quiero, evitar). Sólo voy de forma voluntaria y regular a mi dentista. Es mérito suyo. No tengo un fontanero, electricista, psiquiatra… para recomendar. Sólo una dentista.