El vendedor de llamadas telefónicas
Thursday, 25 de February de 2010 por Ramón
Puerto Príncipe empieza a despertarse de la tristeza, del choque psicológico colectivo que enmudeció la ciudad durante semanas. Ya se escucha música bullanguera en algunas zonas, la gente se atreve a alzar la voz y discutir por las nimiedades de antes. Junto a los escombros brotan los vendedores de cualquier cosa junto a los vendedores de la nada, pero con la condición de que todo sea de segunda mano. Los automóviles hacen sonar las bocinas, pero sólo un toque, sin exagerar, que aquí no es un insulto sino un aviso de cercanía, y en los llamados campamentos espontáneos que inundan la ciudad se multiplica el beneficio de los pocos en provecho de la mala suerte de los muchos.
Tanto desbarajuste es terreno abonado para los listos, o los emprendedores o los imaginativos, que los sinónimos los carga el diablo. Es el caso de Pier Richard Denize, de 27 años: regenta un tenderete de quita y pon en el que vende electricidad en la subespecialidad de derecho a alimentar el teléfono móvil en sus enchufes durante tres horas.
“Si traen el cargador les cobro cuatro dólares [haitianos, unos 30 céntimos de euro], pero si lo pongo yo sube a 15 [1,20 euros]”. El chiringuito se nutre de una máquina conectada a un panel solar que Pier Richard declara es obra de un amigo desinteresado. Tiene media docena de móviles en carga y pese ello asegura que sólo gana cuatro dólares estadounidenses diarios. “Después del terremoto tenía 200 teléfonos al día; ahora apenas llegan a 20. Esto ha bajado mucho”, dice sin darse cuenta de que quizá negocios como suyo sean termómetros de cómo mejoran las cosas aunque la mayoría aún no lo note. Lo llaman macroeconomía.
Pierre Richard vive en un campo en lo alto de Petionville, frente al elegante hotel de madera Kinam, que aguantó mejor al embestida que la piedra. En la otra esquina de la plaza Boyer, hay un hombre vende llamadas de teléfono y sólo por diversificar también comercia con botes de leche concentrada made in Perú. “Las llamadas cuestan cinco gurdas el minuto [nueve céntimos de euro]. Se puede tlefnear a Puerto Príncipe o a las provincias, el precio es el mismo. Pero no se puede llamar al extranjero”.
El teléfono rojo de mesa está conectado a la red que pertenece a la empresa haitiana Digitel. Joseph Joel, de 31 años, debe contabilizar los minutos con su reloj y llevar un registro riguroso de las llamadas porque como intermediario debe pagar después el gasto cargado a la compañía telefónica. Ésta le permite quedarse, como al resto de los vendedores, con un comisión del 10%. Dice que lo suyo no es oportunismo y que lleva con el mismo trabajo cuatro años. Estos vendedores ambulantes de llamadas son el sustituto humano de nuestras cabinas que nunca funcionan cuando se les necesita, se tragan el dinero y a veces a la gente entera, como le sucedió al personaje de José Luis López Vázquez en la película de Antonio Mercero.
Por la zona de las llamadas merodea Florine Saradina, de 18 años. Dice que no busca novio, porque ya lo tiene y se llama Oscar Charles. Es muy guapa. Lleva su bebé de seis meses en brazos. Parece sano y asustado. “Mi casa esta destruida. Vivo en una tienda hecha con plásticos desde hace más d eun mes. Nadie ha dado comida. A veces pasan por el campamento unos extranjeros [Médicos Sin Fronteras] que nos traen agua y miran un poco a los enfermos. Hoy no he comido nada. Ayer sólo comí arroz”, dice.
Continúa en Cuadernos de Haití en la edición web de El País
Lobo, supongo que lo del teléfono rojo será una ironía del destino o ¿es que en Haití los teléfonos son de ese color?. Cuídate. Salud.
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Signo de los tiempos. En Perú, en 2005, lo que había aún era escribidores de cartas 🙂
http://tinyurl.com/ydylykk
Lobo,
me gustan mucho tus artículos,pero los títulos que les pones son lo peor.Que sí El hombre que…, El comprador de… El paraguas que…, La gaviota que… Curratelos un poco más,por favor.