Homenaje a Pedro Altares
Tuesday, 19 de January de 2010 por Ramón
Somos una sociedad que trata mejor a los muertos que a los vivos. Es mas fácil halagar a quien no puede escucharnos que dar una palmada al compañero que se sienta al lado. Cuando uno muere se evaporan sus defectos -los reales, los ficticios y los viboreados por la envidia- y surge un nuevo ser cubierto de una patina de excelencia que ya todo el mundo comienza a percibir en el tanatorio.
En mi profesión de periodista es poco frecuente hablar bien de alguien en público, de mimarle cuando le toca bajar la escalera, ofrecerle trabajo y apoyo cuando le falta, devolverle una parte ínfima de los favores que nos regaló sin pedir nada a cambio, ponerse al teléfono o responder un correo. En mi profesión se habla bien de los muertos, incluso se organizan premios contra la mala conciencia y se pagan seguros de vida con carácter retroactivo.
Ayer se celebró en Madrid un homenaje a Pedro Altares, gran periodista español, figura clave en la Transición, director de Cuadernos para el diálogo y muchas cosas más. Pedro se fue de este mundo sabiendo que su vida había sido rica, plena y generosa. Ahora, cuando se escuchan tantos parabienes y elogios alrededor de su ausencia, pienso en los momentos de olvido y desmemoria. Esta es una sociedad-pasarela en la que cuando dejas de caminar por ella en prime time pasas al olvido antes de que se apaguen las luces de tu última sesión.
Espero, y no soy creyente, que exista algún tipo de mecanismo mágico capaz de trasladar todas esas voces al ausente y pueda Pedro echarse unas buenas risas a costa de tanto elogio y tanto cretino (la mayoría, ausente; los presentes eran amigos y admiradores de verdad).
Siempre he soñado con asistir a mi funeral. Mas que nada por seguridad emocional, para que no me suceda como a Ricardo Ortega y Julio Fuentes y tantos otros y deba compartir espacio con quienes me hicieron la vida imposible. Me gustaría situarme en la puerta del tanatorio y actuar como un portero de discoteca y decir al simulador o a la simuladora: “Perdón, pero el garito de este muerto está lleno. Vuelva otro día”.
El homenaje a Pedro fue la demostración de que existen funerales civiles capaces de competir con los católicos. El de ayer fue sencillo y emotivo, con un colofón que aflojó defensas y soltó lágrimas: España camisa blanca de mi esperanza cantado casi a capela por Ana Belén. Que nadie pierda la memoria de los que se fueron porque ellos saben el camino que todos, tarde o temprano, recorreremos.
Ramón, aquello estaba tan tan lleno que fue imposible verte.
[…] Pedro Altares. Ya no tendré oportunidad. Al margen de lo profesional, esta tarde quedó claro que son muchos muchos los que le querían y apreciaban. Como para llenar varios […]
Hermosas palabras, y yo confieso que tengo el mismo deseo de asistir a mi funeral. Me ha encantado lo del portero de discoteca
Después de disfrutar de tu entrada, Ramón, me surge una duda: ¿para ser portero de tu propio entierro tienes que sacarte el pertinente carnet? Es por ir estudiando… Espero no molestar a nadie con semejante broma.
Salud.
Supongo, Yoyo, que basta con tener voluntad y salud. -)
Los funerales civiles no compiten con los católicos, porque sobrepasan los ritos pautados de la religión. Tienen aire de libertad y son un recuerdo a la persona irrepetible a la que van dedicados. Aunque, como dices, no se libren de la hipocresía. Salud
…> Es mas fácil halagar a quien no puede escucharnos que dar una palmada al compañero que se sienta al lado
querido Ramón, es que cuando la persona ha muerto en realidad hablamos de nosotros, nos vestimos con esos generosos halagos (salvando las distancias de descubrimientos tardíos y/o remordimientos)
Cuando está vivo se nos caería la cara de vergüenza de tirarnos el pisto en nombre de otro y menos mirarlo a la cara
Estimado Ramon,
Lo ideal seria que todos los honores y las palabras de afecto nos llegaran cuando estamos vivos, pero al parecer todos estamos tan embebidos en nuestros propios asuntos, que incluso la familia mas cercana solo suele reunirse en los matrimonios y en los entierros.
No creo en una vida en el mas alla, asi que la unica inmortalidad a la que aspiro, es dejar buenas memorias (de las reales, no las imaginarias y piadosas). Pero si pudiese asistir a mi propio entierro, me encantaria ser un fantasma travieso, y hacerle algunas bromas a mas de un asistente que no deberia estar por alli.
Un cordial saludo.
Antonio Muñoz Freijoo, en su poema “No son muertos los que en dulce…”, resume en pocas palabras, grandes verdades.
No son muertos los que en dulce calma
disfrutan de la paz en su tumba fria,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavia.
No son los muertos, no, los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.
La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay muertos que en el mundo viven,
y hombres que viven en el mundo muertos
¡Cómo me hubiera gustado conocer a este hombre bueno! (ese calificativo emplearon sus amigos al hablar de él en diciembre). De este hombre yo sólo sabía que era el padre de un compañero de facultad, que en el periódico El Sol tenía un papel importante y que me acompañó en aquellas noches del 93 en las que yo estaba perdida y decepcionada porque cuando acabas la carrera te das cuenta de que en el mundo real la responsabilidad, el esfuerzo y el buen hacer no siempre es sinónimo de conseguir lo que te mereces.
Ahora, después de leer cosas acerca de lo que hizo por la Democracia, cuáles era sus ideales e, incluso, sus decepciones en los últimos tiempos, envidio a todos aquéllos y aquéllas que tuvisteis la suerte de compartir momentos de la vida con él. Sentiros afortunado de haberlo tenido entre vosotros es el mejor homenaje, creo yo.
Y, con respecto a lo de asistir a tu propio entierro, yo también lo he pensado muchas veces. Pero yo soy más macabra, yo no me he imaginado como portera de mi funeral sino como resucitada o “falsa muerta” que se incorpora en la caja y dice cuatro cosas bien dichas a los lameculos y farsantes que estuvieran allí. No obstante, creo que en el fondo esa situación representa el deseo de una última venganza y esas “personas” no merecen ni siquiera eso. Así que vamos a gastar energía en algo que merezca la pena.
Un abrazo para todas las personas que lo quisisteis y lo querréis siempre.
Nunca hubiera imaginado que Ana Belén, que no es Billie Holiday ni Chavela Vargas, aunque sí una gran intérprete, pudiera ser artista de los que te ponen el nudo en la garganta y tienen capacidades (en el mejor sentido del término) lacrimógenas. Así que los que tuvimos que sacar el pañuelo lo hicimos, sin duda, en honor del caballero con cara de lo que era (bueno, nobilísimo) de la fotografía que presidía el acto. Con todos mis respetos por Ana Belén. Tampoco Sinatra, al que es más fácil reconocerle capacidades para devastarte anímicamente, fue el responsable del flujo lacrimógeno inicial mientras su “My Way” ponía fondo a una sucesión de fotografías de Pedro en buena compañía.
En el tiempo en el que lo traté y en las ocasiones en las que lo vi, sólo observé que hiciera amago de mostrar algo parecido a la irritación en dos ocasiones. Primera, cuando me permití sugerirle que tal vez le convenía ir intentando dejar o reducir el consumo de tabaco. Segunda, cuando comencé un elogio de su bonhomía, que frenó en seco. O sea, Pedro no iba a abdicar nunca de nada: ni de principios éticos ni de hábitos que le separasen de actuar “a su manera”. Y Pedro era alérgico al incienso, sobre todo si el incensado era él y el botafumeiro se empujaba en su presencia.
Pero esos elogios póstumos, que otras veces nos suenan tan a mecánico, rutinario, hipócrita… creo que, en el caso de Pedro Altares, y en el 95% de las personas que los han formulado, han sido plenamente sinceros, de todo corazón. Y eso no puede ser más insólito, ni más revelador sobre la clase de persona que Pedro era.
Pedro, que nunca, en ningún ámbito, había sido “poder”, y que había pasado muy de puntillas por el territorio ese de la “popularidad”, ha hecho, paradójicamente, toda una demostración de cuáles eran sus verdaderos poderes llenando hasta la última butaca el anfiteatro, y hasta el gallinero, del Círculo de Bellas Artes, con personas que, en trayectos más largos, más breves, pero, en todos los casos, inolvidados, habían formado parte de “su tribu”. Y eso que Pedro, un ilustrísimo superviviente, hacía ya bastantes años que tenía a la mayor parte de esa tribu esperándole en el más allá. Quién no firmaría ser un “elegante perdedor”, como se le definió, si esas elegantes derrotas te garantizasen recibir alguna vez esa bocanada de afecto que se respiraba allí, y que tanto habrá reconfortado a sus familiares. Pero desgraciadamente no hay molde ni receta para fabricar personas de la estatura de Pedro Altares.
Del acto. una hermosura de funeral civil, como indica sabiamente Ramón Lobo, sólo discreparía con el término “despedida” que empleó Fernando Delgado un par de veces, y no es reproche. Creo que a los de la “tribu”, hayan tenido en la vida de Pedro cualidad de protagonistas, secundarios o figurantes “con frase”, este hombre se nos ha quedado adherido de por vida, ¿cómo despedirle, y quién tendría ganas de despedirle?
Ah, respecto a lo que escribe Ramón Lobo del mecanismo mágico que traslade a los que se han ido las reacciones y palabras que su marcha ha suscitado, dirán ustedes que estoy como una regadera, pero tengo el convencimiento pleno de que el mecanismo existe. Y más aún, estoy seguro que allí ponen, a disposición de los recién llegados, un aparatejo que mide, en escala Richter del dolor, con precisión matemática, cómo de hechos polvo o de indiferentes ha dejado el tránsito a familiares, amigos, conocidos… Y aunque creo que la mayoría de las intuiciones de todos nosotros al respecto de quíen nos quiere y cuánto se nos quiere suelen ir bien orientadas, creo que ese medidor Richter le depara al finado alguna que otra sorpresa. En el caso de Pedro Altares, seguro que exclusivamente sorpresas agradables.
Todos, la primera vez que perdemos a alguien especialmente querido, sufrimos el dolor añadido por las palabras no dichas, por los abrazos no dados, por las expectativas no cumplidas. Es inevitable incluso aunque uno, objetivamente, tenga la conciencia de haberse portado bien, razonablemente bien, con esa persona. Es el mejor aprendizaje que, quien sea debutante en esos trances (lamentablemente a mí ese debut ya me queda lejos y llevo un par de años “en racha” de visitas hospitalarias, tanatorios, entierros y funerales: uno de los síntomas inexcusables de que ya no eres joven…), es el mejor aprendizaje, digo, que el debutante puede extraer. Que lo que ha ocurrido, en cuanto a la sensación de reales o imaginarias insuficiancias afectivas que hayas tenido para con esta primera persona que se va, y te deja un boquete en el alma, no se repita con el segundo, tercer, cuarto ausente. Y con todos los que vengan a continuación, hasta que tú mismo seas el que haga mutis.
caballero de fina estampa, caballero.
tu sobrina, anabel
Aún hoy sigo hablando con él.