Postales de Nueva York / Ostras en Gran Central
Saturday, 19 de September de 2009 por Ramón
Nueva York es una ciudad que está impresa fotograma a fotograma en la memoria de millones de personas; una película constante en la que el visitante entra en ella por unos días como si fuera un extra de su propia vida: cada imagen, una escena, una película, un trozo de cultura audiovisual, que es la nuestra.
En la estación Gran Central -que merece una visita detallada: desde las taquillas al laberinto de pasillos y, llegado el caso, los andenes en los que se han rodado decenas de célebres escenas- existe un restaurante modernista diseñado por un discípulo de Antonio Gaudí: el Oyster bar. Es necesario descender al sótano para encontrarlo entre chiringuitos de comida llamada Fast food por la velocidad de desplazamiento intestinal.
El Oyster Bar es un templo de techos bajos e iluminados con bombillitas blancas de fiesta, un espacio amplio y agradable con una barra inmensa repleta de taburetes giratorios. (No perderse los toilets).
Cuenta Enric González en su libro de Historias de Nueva York que en febrero o marzo llegan los primeros soft shell crabs capturados nada más mudar de caparazón. Este manjar gusta mucho a los neoyorquinos, incluso a los que aborrecen las bárbaras costumbres europeas de chupar la cabeza de las gambas y langostinos. Diferencias de civilización insalvables.
Las mesas son la opción cuando el grupo es de cuatro o más personas. Hay que estar alerta y evitar caer en una próxima a comensales chinos, tal vez diplomáticos, que copa a copa de vino terminan por perder el pudor del silencio y las distancias razonables. Es recomendable escoger pescado, la especialidad del restaurante, y no carne, aunque puede haber gente para todo. Las ostras que dan nombre al bar son obligatorias, sobre todo de septiembre a abril.
Pese a ser exquisitas y presentarse entre hielos, abiertas y con el trozos de limón preparados, la cultura de este lado del Atlántico obliga a ciertas variaciones incomprensibles, como la de acompañar las ostras con un segundo plato repleto de salsas rojas. Contó el cocinero de Aristóteles Onassis, no recuerdo si en unas memorias o en una noche de desembuche y desesperación, que Jacqueline Kennedy añadía ketchup a cualquier plato servido sin importar su contenido ni el esmero puesto en él.
Al pagar la cuenta con tarjeta de crédito no hay problemas de cálculo con las propinas porque camareros de toda la vida como el que dice llamarse Ferruzo y ser originario de Venecia norte pese a su fuerte acento neoyorquino, incluyen por decreto el 15% del servicio. No lo tomen como un ejemplo de mala educación, un impuesto revolucionario-capitalista ni nada similar, solo es sentido práctico y comodidad.
No hay brotes verdes en la economía del Oyster bar, donde abundan las mesas vacías, y es que la salida de la crisis no está aún para homenajes, al menos para aquellos que no son brokers, intermediarios o ciudadanos díscolos con el sistema que como acto revolucionario supremo terminaron de pagar su hipoteca sin añadir más deudas a su vida. El dejar de alimentar la glotonería de los bancos, comisión escandalosa a comisión escandalosa, da para alegrías, vacaciones, ciertas dosis de sosiego y al menos un plato de ostras neoyorquinas en el Oyster Bar.
Ramon, para este o el proximo viaje: Taberna Kyclades en Astoria, para comer pulpo al estilo griego (como no lo hacen en Asturias ni Galicia). animos y energia para continuar la pateada de esta ciudad.
Me encanta ese sitio!
y para el domingo por la mañana los bloody del Pastis, si tienes ocasión.
La mayoría de los newyorkers ahora con la crisis pasan de esa propina yo creo que en algunos sitios sólo la pagamos los guiris.
Dificil elegir con tantisimas clases de ostras.
Buena elección. Es visita obligatoria. Que ricassssssssss.
En realida esa “propina” mas debieramos considerarla coste de servicio. A mi me parece eso mejor que la indefinicion que hay en paises como Espana en la que habitualmente quedas como un racano o se te queda cara de tonto.