Cuadernos de Kabul: el libro es un lujo que sólo se huele
Friday, 28 de August de 2009 por Ramón
Parece un espacio mágico arrancado de El Cairo de Naguib Masouf o el Bagdad de Las mil y una noches, un remanso de paz en el que no se escuchan los cláxones de los automovilistas impetuosos que parecen dialogar entre ellos desde sus bocinas. La librería Behzad es un oasis, un lugar hermoso y desordenado repleto de libros, cuadros, mapas, postales, fotografías y polvo, sobre todo mucho polvo (el sello de Kabul), en el que cada objeto parece guardar un equilibro perfecto con el que tiene al lado.
Asil y Poya Rashid son los dueños, gente educada y políglota: el primero habla inglés y francés, además de dari; el segundo, un excelente castellano aprendido en la Universidad de Kabul. Ambos son libreros, el oficio de los que entienden de lo que se escribe en los libros. Son varias las habitaciones que se disponen alrededor de un patio protegido por una sombrilla y en el que hay tres sillas con cojines y una alfombra en el suelo devorada por el polvo y la arena. En otro tiempo debió ser un espacio de té y literatura.
En una de las salas del fondo, la puerta está cerrada. En ella, las estanterías se hallan repletas de libros en dari y pastún, dos de las lenguas locales. Huele a libro: un aroma agradable. En otra estancia se guardan los pósters que tanto gustan a los extranjeros y que terminan decorando las paredes de sus cuartos de baños, como si el retrete fuese el único lugar en el que el hombre moderno y apresurado se permite el lujo de soñar.
En la sala principal -debe de serlo porque presiden la caja registradora para cobrar y un ordenador que depende de los estados de ánimo de la electricidad, que en Kabul son muy caprichosos- se exponen decenas de ejemplares en lengua inglesa. La mayoría versan sobre historia y política. Destaca una edición de A Short Walk in the Hindu Kush (Un breve paseo por el Hindu Kush) del gran viajero inglés Eric Newby y otra de Unholy Wars (Guerras no santas), John Cooley. “Tenemos textos en inglés, francés, alemán, árabe, persa [del que procede el dari local] y ruso”, asegura Asil, satisfecho de reunir tanta riqueza cultural. En las paredes de la planta baja cuelgan varias fotografías y cuadros. Destacan varios retratos inspirados en la célebre fotografía de Steve McCurry de Sharbat Gula, la niña de los ojos verdes, portada del National Geografic en 1984.
En el piso superior, al que se accede por unas angostas escaleras de piedra en las que hay que tener cuidado con la cabeza en la subida y con los pies en la bajada, se multiplican las imágenes y los objetos de coleccionista. Al otro lado de una cortina está la vivienda. Junto a la ventana entreabierta por la que acaba de salir despaciosamente una paloma, entra el sol de mediodía iluminando un rincón con butacas y mesa. Asil dice que es su lugar favorito, donde descansa y lee poesía. Sin insistirle mucho, recita en dari unos versos que tratan de una noche negra y una historia de amor perdida, como la de Afganistán. En las paredes se acumulan óleos de colores vívidos con estampas de un Kabul antiguo, de varios siglos atrás, que por causa de tanta guerra moderna y tanto odio parece más nuevo, hermoso y saludable que el actual, siempre escondido bajo una nube de polvo como si fuera una burka colectiva.
No es mucha la gente que acude a comprar libros, un producto de lujo en un país empobrecido. Algunos clientes nostálgicos se acercan a la librería abierta desde hace 25 años por el placer de oler y tocar. También para charlar un rato con Asil y Poya Rashid alrededor de un té hirviendo, cuando no es Ramadán y está permitido, de aquellos buenos tiempos que se fueron con la esperanza de que algún día, quizá no tan lejano, volverán.
Publicado en Cuadernos de Kabul en la web de El País.
Hola Ramón, acabo de leer tu último artículo en El País, sobre la librería de Kabul… casi me he sentido sentado en una de esas sillas y husmeando los viejos ejemplares. Gracias por estas pequeñas historias que se salen un poco de la pieza habitual de noticias, pero que también lo son, o al menos nos hacen conocer mejor este sorprendente país. Es un lujo leerte todos los días, lo mejor de la prensa diaria a mi parecer, no lo digo por adular. Un abrazo desde España.
Que quede belleza aún en los lugares más devastados, mantiene viva la esperanza de un mundo mejor
Que sus ojos, después de haber sido testigo de las crueldades de tantas guerras, sean aun capaces de distinguirla, mantiene viva la esperanza en el ser humano.
Gracias
M.
Ay Ramón! Cómo adoro esos lugares que se antojan sin tiempo en el que pueden pasar 10 horas como 10 minutos y al marchar aún te han sabido a poco dejándote un regustillo de querer volver mañana…
Qué maravilla oler los libros, es su sello de identidad. Tengo la suerte de pertenecer a una familia que me enseñó a tener esa pequeña manía y conservarla. Cada ejemplar guarda un recuerdo, una sensación… un lugar, una persona, un momento en el tiempo o toda una época de la vida…
Acabo de regresar de viaje y gracias a ti, (o por tu culpa) ya tengo otra vez ese ansia por irme… Bendito sea!
Gracias por esos pequeños retazos de magia que nos regalas en cada articulo.
Ten cuidado por esos lares…
Besos,
M.
Ramón consigues que huela a libro yo también.
Esos lugares son mágicos….ojalá esa magia nadie se atreva a masacrarla..
Un abrazo
“…satisfecho de reunir tanta riqueza cultural”. qué seis palabras más hermosas.
Estimado Ramon,
coincido con los comentarios anteriores. Resulta un placer seguirle y conocer un país tan distante como Afganistan a través de sus ojos y sus escritos. Espero que todo le vaya muy bien hasta su regreso.
Pero quería hacer una aclaración,la foto que menciona es de Steve McCurry y no de ese otro inmenso reportero, Don McCullyn.
Un saludo.
Hola de nuevo,
acabo de ver que ya ha subsanado el despiste, con lo que me desdigo de la última parte del comentario anterior.
Saludos
Gracias por tu articulo y ver esos detalles que hacen pensar en que hay otras cosas además de bombas, suicidas y demás.
Es increíble que aún existan personas que cultiven la lectura y que sepan apreciar el olor de sus hojas allí donde sobrevivir resulta un reto diario. Los admiro.
Gracias de nuevo por otro magnífico artículo.
Belén
Con tus palabras casi me has hecho aspirar el aroma de esos libros que encierran tanta sabiduría y quiero creer son símbolo de lo que podría ayudar a países como Afganistán: conocimiento, educación, cultura.
Como decía Sabina, que el diccionario detenga las balas.
Un abrazo, gracias por enseñarme tanto hoy.
Te decía que estoy leyendo Kim, y a la vez, leo (en su versión alemana) “Tausend Strahlende Sonnen”, (Mil soles espléndidos)de Khaled Hosseini, el autor de Cometas en el cielo. Al principio, hablan de la reina Gawharshad y de su amor por Herat, una de las provincias donde Malalai Joya (gracias por recordarla/apoyarla en tus posts) trabaja para defender los derechos de la mujer.
Herat era una provincia donde la mirada se perdía en los valles fértiles y en las praderas de abundantes cosechas. Además, esta mujer impulsó la literatura, la música, todas las disciplinas culturales/artísticas que pudo, consiguiendo que también la mujer formara parte de todo ello.
Ahí están, valientes atalayas, héroes anónimos como estos libreros.
Qué suerte has tenido, de conocerlos.
coregido, muchas gracias
Lobo, cuando estudiaba en la facultad, durante varios años trabajé con un librero que pertenecía a una familia, Blázquez, de tres generaciones dedicadas a los libros, en este caso antiguos y de ocasión. Eran 4 hermanos, y de ellos, 3 tenían librería. Para el que yo trabajaba, Carmelo, tenía también puesto de libros en la Cuesta de Moyano. Siempre me han gustado los libros, pero allí aprendí también a conocerlos como objeto, con independecia de su contenido. De hecho, recuerdo una compra de libros encuadernados por Brugalla, cuyo contenido eran colecciones baratas de novelas francesas e inglesas e incluso algún manual. Siempre miro los libros con otros ojos, en casas y países ajenos, y he comprobado que como bien describes en cualquier lugar del mundo hay gente que ama los libros, los disfruta y hace disfrutar a los demás con ellos. Aún en países de extrema pobreza. Por ello, resulta curioso cuanta gente contempla aún hoy un libro en nuestro país como un bulto sospechoso, como un objeto no identificado. Cuídate, salud.
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