Las tribus, el fútbol y el de negro
Tuesday, 28 de April de 2009 por Ramón
Las tribus. No es necesario ser un admirador de Claude Lévi Strauss para darse cuenta de que el fútbol es la teatralización de la guerra bajo unas normas más o menos pacíficas, o al menos incruentas (olvídense de Pepe: ¿quién no patearía a su director de sucursal bancaria a cambio de diez partidos?). En ella, dos tribus con idéntico número de guerreros (11) vestidos con ropajes distintivos de combate y tatuajes en brazos, cuello y torsos se enfrentan en un campo de batalla, por lo general de hierba natural y con los límites marcados a cal, bajo la excusa de perseguir un balón para introducirlo entre tres palos. Parece una tontería, pero este invento inglés de reglas simples (menos la ley del fuera de juego tan difícil de explicar a un no iniciado como las normas del Mus) resulta una eficaz terapia colectiva -y globalizada mucho antes de la globalización- que permite a millones de seres humanos acostarse felices o tristes cada domingo (o martes, miércoles y jueves europeos) y dedicar una parte de la jornada laboral del día siguiente (jefes incluidos) a no dar un palo al agua.
Los seguidores. Tienen derecho a enfundarse la elástica de guerreros, tatuarse y pintarse la cara para que no les reconozcan en casa, enarbolar banderas y símbolos, y pasarse todo el tiempo de la representación (90 minutos) gritándose los unos a los otros o cantando canciones poco meditadas como el célebre Oe Oe Oe, que al parecer la cosa no son las letras (al menos en España) sino desgañitarse. A diferencia de los 22 jugadores, los seguidores no pueden bajar al campo de batalla ni correr detrás del balón. A menudo les cuesta comprender que se trata sólo de una representación y no de una verdadera guerra. Resulta un juego muy ingenioso que permite a un espectador de mediana edad con sobrepeso evidente gritar sin vergüenza ni consecuencias a un joven en perfecto estado de forma: “Venga, vago de mierda, corre más”.
Los ingleses, inventores del juego, son los que mejor gritan y cantan en las gradas. También son los que llegado el caso mejor lanzan botellas a la policía. Me gustan los habitualmente pacíficos seguidores del Liverpool. Su emocionante You never walk alone es una buena razón para tenerles respeto y cariño:
El de negro. Gran parte del éxito social de este juego que se practica en calzón corto es la existencia de una figura capaz de concitar todos los odios: el árbitro. Mi amigo Bru Rovira, reportero siempre pero ya no en La Vanguardia, sostiene que las variaciones coloridas en su uniforme restan fuerza al símbolo, pues lo humanizan. El árbitro debe vestir de negro, como el cobrador del frac, como los enterradores de las películas de Igmar Bergman. Son el poder, a menudo caprichoso, chulesco e injusto como casi todos los poderes. Su función es distraer a las aficiones y a los guerreros de los equipos, darles un motivo de odio superior que descargue los odios particulares. ¿Quién no ha gritado a su jefe, su suegra o marido en la figura del colegiado?
Bru Rovira, que siempre ha tenido mucho humor y es seguidor del Barça desde mucho antes de la llegada de Johann Cruyff, sostiene que el impacto sería mayor si los árbitros llevasen sotana (negra, por supuesto). Esta vestimenta podría cambiarse en otros lugares por la propia de rabinos, ayatolás, muftis, brujos e incluso telepredicadores, que como representación del poder etéreo y caprichoso no están nada mal.
Todo este desvarío era sólo para decir que la tribu de Barça está jugando muy bien, pero que en la guerra y en sus teatralizaciones cuenta más la fortaleza mental que el filigrana y que hasta el rabo todo es toro, que cuatro puntos siguen siendo muchos y que 90 minutos en el Bernabeu son muy largos. ¿Más tópicos? “Futbol es fútbol”, que decía Vujadin Boskov un entrenador que hablaba cinco idiomas y cuyo principal defecto es que los hablaba todos a la vez.
Salud y buen partido a la tribu blaugrana, pero que se canse mucho, física y psicológicamente.
Más sobre este apasionante juego: Historias del Calcio de Enric González (RBA) y La guerra del fútbol de Ryszard Kapuscinski (Anagrama). También recomiendo este artículo publicado en el diario Clarín (27-05-2006): Romance intelectual con la pelota de Hernan Brienza.
Enric González es un genio. Es una verdadera lástima que los periódicos deportivos de España tengan como ejemplo a seguir a Roncero antes que a él.
Y sí, el fútbol es una guerra. Pero una guerra que hace feliz a la gente. Es cierto que genera violencia pero no creo que sea algo achacable al fútbol puesto que en esta humanidad desquiciada cuesta encontrar algo que verdaderamente no la cree. Y sí, coincido, la afición del Liverpool es única, irrepetible, eterna. Puede que el fútbol sea un mero deporte, una guerra tribal sin sangre ni muertes, pero basa su mérito en hacer feliz a la gente y pocas, muy pocas creaciones humanas son capaces de despertar sentimientos irracionales tan grandes como el propio fútbol.
Un abrazo.
A mi los arbitros me dan un poco de pena. Sólo se hacen famosos si sacan tarjetas, o expulsan a un jugador importante. Están todo el tiempo corriendo de un lado para otro y nadie se fija apenas en ellos……hasta el final, que irremediablemente, los que pierdan dirán que es culpa suya…
Que trabajo tan triste…..y encima siempre de negro…
Lola
Excelente post Ramón. El libro de Enric González es una delicia, incluso para los que detestamos el calcio. Y particularmente, me entusiasman las crónicas futbolísticas que hace en El País Óscar Sanz, ahora que Segurola se pasó a las trincheras ardorosas de la prensa deportiva.
[…] Los seguidores. Tienen derecho a enfundarse la elástica de guerreros, tatuarse y pintarse la cara para que no les reconozcan en casa, enarbolar banderas y símbolos, y pasarse todo el tiempo de la representación (90 minutos) gritándose los unos a los otros o cantando canciones poco meditadas como el célebre Oe Oe Oe, que al parecer la cosa no son las letras (al menos en España) sino desgañitarse. A diferencia de los 22 jugadores, los seguidores no pueden bajar al campo de batalla ni correr detrás del balón. A menudo les cuesta comprender que se trata sólo de una representación y no de una verdadera guerra. Resulta un juego muy ingenioso que permite a un espectador de mediana edad con sobrepeso evidente gritar sin vergüenza ni consecuencias a un joven en perfecto estado de forma: “Venga, vago de mierda, corre más”. Los ingleses, inventores del juego, son los que mejor gritan y cantan en las gradas. También son los que llegado el caso mejor lanzan botellas a la policía. Me gustan los habitualmente pacíficos seguidores del Liverpool. Su emocionante You never walk alone es una buena razón para tenerles respeto y cariño: El de negro. Gran parte del éxito social de este juego que se practica en calzón corto es la existencia de una figura capaz de concitar todos los odios: el árbitro. Sigue en el blog de Ramón Lobo […]
[…] sólo defienden una camiseta. El fútbol es la teatralización de la guerra, como bien dice Ramón Lobo, citando a Levy Strauss. Y como buena representación de la guerra, aunque sea con reglas […]