Ruanda, 15 años del genocidio
Friday, 10 de April de 2009 por Ramón
Ruanda ha comenzado a conmemorar su mayor tragedia nacional: el genocidio que en la primavera de 1994 acabó con la vida de 800.000 tutsis y hutus moderados. En sólo 100 días, los genocidas acabaron con el 20% de la población. Mataron lista en mano, dirigidos por las milicias del Poder Hutu y alentados por locutores de la radio de las Mil Colinas que exigían arrancar los fetos de las mujeres embarazadas tutsis.
La llamada comunidad internacional dispone también de 100 días para recordar y meditar sobre su pasividad mientras los interhamwe (los que matan juntos) macheteaban a un ritmo de 333 muertos a la hora. La Iglesia católica tiene también motivos para la reflexión y para pedir perdón a las víctimas por el papel de algunos de sus sacerdotes y monjas, que reunieron a sus fieles tutsis en los templos y después participaron, cuando no dirigieron, su asesinato.
Aún se discute quién disparó o mandó disparar el misil tierra-aire que derribó el avión del presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, el 6 de abril de 1994, y cuya muerte puso en marcha la maquinaria del genocidio. Se discute con pasión en Francia, cuyo Gobierno liderado entonces por François Mitterrand fue de los mayores responsables: alimentó durante años de armas al Poder Hutu y organizó en los estertores del genocidio la Operación Turquesa, que no era una misión humanitaria, sino militar, cuyo fin fue salvar a los líderes de su régimen favorito a los que asentó en la frontera de Zaire en decenas de campamentos.
Se discute quién mató a Habyarimana cuando el hecho incontestable es que la matanza estaba preparada minuciosamente por el Poder Hutu y que existían listas de tutsis por distritos, aldeas y barrios y las milicias de asesinos sabían lo que debían hacer cuando se diera la orden.
Al presidente lo pudieron matar los radicales de su régimen que lo consideraban un traidor por firmar los acuerdos de paz de Arusha con la guerrilla del Frente Patriótico Ruandés (FPR), creada por los tutsis exiliados en Uganda a finales de los años cincuenta y que había ocupado el norte de Ruanda. Lo pudo matar el FPR, que tenía acantonado en Kigali a 600 hombres tras esos acuerdo de paz, y lo pudo matar una potencia extranjera insatisfecha con el manejo de la situación de su antiguo cliente. La lista de sospechosos es larga; las pruebas, escasas.
Discutir tanto sobre la excusa que pone en marcha una maquinaria de muerte que asesinó a un ritmo tres veces superior al de los nazis en el Holocausto y obviar el genocidio posterior es una forma de negacionismo, de empatía moral con los ejecutores, con los asesinos.
Más en El precio de mirar hacia otro lado (El País, sólo en versión digital)
Recuerdo que una comisión independiente de la ONU concluyó que el genocidio se perpetró porque Ruanda no interesaba a nadie. No tenía petróleo ni diamantes y, por ese motivo, nadie intervino:
“Ruanda no era un interés estratégico para terceros países y la comunidad internacional ejerció un doble rasero cuando se enfrentó al riesgo de una catástrofe allí comparado con las acciones tomadas en otros lugares”, se leía en el informe de esa comisión.
Luego, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, dijo que la ONU, en general, y él, en particular, -estaba al cargo del departamento de Operaciones de Mntenimiento de la Paz cuando se perpetró el genocidio- se habían equivocado y pidió perdón en su nombre y en el de la organización.
Según él, el informe de la comisión independiente servía para demostrar la determinación de la ONU contra nuevas situaciones de crisis humanas.
Sin embargo, Annan cayó ante el Consejo de Seguridad cuando el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, emprendió la guerra de Irak.
Al menos, en esa ocasión, la ONU no dio su aprobación a priori aunque, desafortunadamente, sí a posteriori.
Corrección: En el último párrafo, donde dice “Annan cayó ante el Consejo de Seguridad” debe leerse “Annan calló ante el Consejo de Seguridad”. Lo siento; debe ser andar con el horario cambiado.